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La verdad sobre las sombras

Una fuente común de estrés es la pérdida. Puedes perder tu trabajo, tu salud, tu dinero, tu reputación o a un ser querido.

Cuando las personas pasan por una pérdida, siempre hay dos reacciones frecuentes. Una es el temor y la otra el duelo. El duelo es bueno. El duelo es la forma como atravesamos las transiciones de la vida. De hecho, si no haces duelo, ¡te quedas estancado! El duelo no te mata, si lo dejas salir.

Por el otro lado, el temor es malo. En ningún lugar de la Biblia dice “No te entristezcas”, “No te aflijas, “No llores” o “No sufras”. Lo que sí dice es “No temas.” ¡Y lo dice 365 veces! Porque el duelo no te paraliza, el temor sí.

David dice en el Salmo 23:4 “Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento” (NVI).

Los pastores siempre llevan una vara y un cayado o bastón para proteger a sus ovejas. David lo sabía y, de igual manera, Dios tiene las herramientas para protegerlo, y David confiaba en Él, aún en los valles más oscuros.

Algunos de ustedes están pasando un valle de sombra en este momento — puede ser el valle de sombra de muerte. Puede ser el valle de sombra de deuda. Puede ser el valle de sombra de conflicto. Puede ser el valle de sombra de depresión. Puede ser el valle de sombra de desaliento.

Las sombras dan temor. ¿Recuerdas cuando de pequeño estabas en tu cama y sentías miedo? He aprendido algunas cosas sobre las sombras.

Primero, las sombras no pueden lastimarte.

Segundo, las sombras siempre son más grandes que lo que las genera.

Y — aquí vienen las buenas noticias — donde hay una sombra, tiene que haber luz. No puede haber sombra sin luz. Así que la clave, cuando estés pasando por el valle de sombra, es darle la espalda a la sombra y ver directo a la luz. Porque mientras mantengas tus ojos en la luz — Jesús, la luz del mundo — la sombra no te atemorizará.

Así es como atraviesas el valle de sombra de muerte. Así es como bajas el estrés. Puedes confiar en Dios en los valles oscuros, igual que David, que oró “Cuando ya no me queda aliento, tú me muestras el camino…” (Salmo 142:3a NVI).

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