Firmeza con Lisa BevereMuestra

Cuando recibimos el amor de Dios, la respuesta más natural y necesaria es dar amor. Debemos amar sin temor, victoriosa e inagotablemente. La verdadera evidencia de que alguien se sabe amado es que también ama.

Dios no tiene amor; Él es amor. El amor es su naturaleza misma, y como Él es amor, no puedes hacer que te deje de amar. Su amor es invencible e inamovible, tus altibajos no lo quebrantan.

Pero porque Dios ama a todos, Él no puede amar todo. Ya que Dios es inamovible en el amor, también debe ser inamovible al aborrecer.

A primera vista puede parecer contradictorio, pero es solo porque nuestra cultura ha idolatrado al amor. Sabemos que Dios es amor, pero ¿nos hemos hecho un dios de la idea del amor?

La verdad es, Dios aborrece lo que deshace el amor. Odia lo que destruye a quienes ama, por eso es que Dios debe odiar lo que distorsiona nuestra identidad.

La Escritura también nos dice lo que Dios odia: todo lo que hace peligrar la justicia y la verdad, cuando las viudas y los huérfanos son oprimidos, el abuso a los ancianos y el abandono a la familia, lo que pervierte Su bondad y mancha Sus dones, cuando el amor se tuerce en egoísmo y los amigos se vuelven enemigos, lo que cambia Su imagen y distorsiona la nuestra,; cuando lo malo es llamado bueno y el inocente es asesinado, y cuando la arrogancia y el orgullo nos rebajan. En conclusión, Dios odia lo que socava el amor, porque todo lo que degrada el amor nos degrada a nosotros.

No podemos tener amor genuino si “amamos todo”. Dios es inamovible tanto en el amor como en el odio, así que debemos aprender a amar lo que Dios ama y a odiar lo que Él odia.

¿Cuáles son algunas formas en las que nuestra cultura ha hecho del amor un dios? Dios ama a todos pero no lo ama todo. ¿Cómo aplicas esta verdad a tu vida?