El misterio que se ha dado a conocerMuestra

El mandamiento de Dios: «Según el mandamiento del Dios»

En este caso, la palabra «mandamiento» significa mandato, orden, instrucción. No es la misma palabra «mandamientos» que se usa para la gran comisión del Señor en Hechos, que se refiere a aquellos mandamientos que el Señor dio a sus discípulos después de la resurrección y antes de la ascensión.

Pablo usa esta palabra, con respecto a su misión, solo en otros dos lugares: «Pablo, apóstol de Jesucristo por mandato (orden) de Dios nuestro Salvador y del Señor Jesucristo, nuestra esperanza». Pablo era un apóstol, un «enviado» por orden del Dios vivo. Hay un sentido, en el cual esto es cierto en cuanto a todo creyente: «Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo». El mandato y orden de Dios es que nosotros debemos representarlo bien en el mundo y que debemos dar a conocer su glorioso evangelio a todas las naciones. 

Y en Tito, «y a su debido tiempo manifestó su palabra por medio de la predicación que me fue encomendada por mandato de Dios nuestro Salvador». Pablo sabía, que tenía una responsabilidad por el evangelio y una responsabilidad de predicar que le había sido encomendada. Estaba bajo órdenes, para dar a conocer y manifestar la Palabra de Dios por medio de la predicación.

Por cierto que estas afirmaciones están en total armonía con la gran comisión, que incluye el mandato de Cristo, de ir por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura, hacer discípulos de todas las naciones, predicar el arrepentimiento y la remisión de pecados a todas las naciones, empezando primero por los judíos, y ser testigos de Cristo por todo el mundo, empezando por Jerusalén.

Pero con el paso del tiempo, los primeros discípulos aprendían más y más acerca de las verdades de la iglesia y del misterio.  Estas revelaciones adicionales sirvieron para profundizar y enriquecer su entendimiento del evangelio de la gracia y del propósito de Dios para la edad presente. Pero ninguna de estas revelaciones adicionales, disminuyó jamás su obligación de predicar a Cristo y su evangelio, de acuerdo con las órdenes de marcha originales, que habían recibido durante los cuarenta días entre la resurrección y la ascensión.