HosannaMuestra

Jesús el Redentor

¡Hosanna! ¡Hosanna!,

Nació el Salvador.

¡Hosanna! ¡Hosanna!,

Jesús, el Redentor. 

Cada año el sumo sacerdote se preparaba en el templo de Jerusalén con siete días de lavamientos y arrepentimiento para ingresar al lugar santísimo; sabía que si no estaba en santidad, moriría. Muchos fallecieron, por eso los amarraban a una cuerda para sacarlos en dado caso. Ellos presentaban la sangre de animales para expiar los pecados del pueblo ante Dios; nadie más podía hacerlo y por eso el Cordero sin mancha se presentaría a sí mismo como el único acepto a Dios para limpiar a los hombres. Era necesaria una inmolación por año porque la sangre de los machos cabríos solo cubría los pecados ese tiempo, pero el sacrificio de Cristo fue una vez y para siempre.

Bajo ningún esfuerzo humano hasta ese momento se podría tratar al Creador como Papá, pues no había base escritural para hacerlo. Ninguno le había dicho, abba Padre, pero su Hijo lo reveló como el único que transforma la condición del hombre y hace que sus escogidos seamos el cuerpo de Jesús constituyéndonos también como hijos; una posición que solo él nos da en su Unigénito; ¡por eso vivimos en Cristo!

El Redentor se hizo hombre; el único Cordero sin mancha estaba listo y se cumplió el tiempo para la mayor manifestación de Dios. Los profetas añoraban ese momento que los patriarcas soñaron y los sacerdotes no imaginaban ese sacrificio perfecto; humanamente sobrepasaba toda idea, ¡pero él nació!, ¡la salvación es real!, ¡está a la puerta y es tiempo de gozo, de alegría, de glorificar al Padre celestial y de anunciar al Mesías!