Éxodo 32:7-35
Éxodo 32:7-35 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)
Entonces el SEÑOR dijo a Moisés: —Baja, porque ya se ha corrompido el pueblo que sacaste de Egipto. Demasiado pronto se han apartado del camino que les ordené seguir, pues no solo han fundido oro y se han hecho un ídolo en forma de becerro, sino que se han postrado ante él, le han ofrecido sacrificios y han declarado: “Israel, ¡aquí tienes a tus dioses que te sacaron de Egipto!”. »Ya me he dado cuenta de que este es un pueblo terco —añadió el SEÑOR, dirigiéndose a Moisés—. Tú no te metas. Yo voy a descargar mi ira sobre ellos y los voy a destruir. Pero de ti haré una gran nación». Moisés buscó el favor del SEÑOR su Dios y le suplicó: —SEÑOR, ¿por qué ha de encenderse tu ira contra este pueblo tuyo, que sacaste de Egipto con gran poder y con mano poderosa? ¿Por qué dar pie a que los egipcios digan que nos sacaste de su país con la intención de matarnos en las montañas y borrarnos de la faz de la tierra? ¡Calma el ardor de tu ira! ¡Aplácate y no traigas sobre tu pueblo esa desgracia! Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac e Israel. Tú mismo prometiste que harías a sus descendientes tan numerosos como las estrellas del cielo; tú prometiste que darías a sus descendientes toda esta tierra como su herencia eterna. Entonces el SEÑOR se calmó y desistió de hacer a su pueblo el daño que había sentenciado. Moisés dio vuelta y bajó de la montaña. Cuando bajó, traía en sus manos las dos tablas del pacto, las cuales estaban escritas por sus dos lados. Tanto las tablas como la escritura grabada en ellas eran obra de Dios. Cuando Josué oyó el ruido y los gritos del pueblo, dijo a Moisés: —Se oyen en el campamento gritos de guerra. Pero Moisés respondió: «Lo que escucho no son gritos de victoria ni tampoco lamentos de derrota; más bien, lo que escucho son canciones». Cuando Moisés se acercó al campamento y vio el becerro y las danzas, ardió en ira y arrojó de sus manos las tablas, haciéndolas pedazos al pie del monte. Tomó entonces el becerro que habían hecho y lo quemó en el fuego; luego lo molió hasta hacerlo polvo, lo esparció en el agua y se la dio a beber a los israelitas. A Aarón le dijo: —¿Qué te hizo este pueblo? ¿Por qué lo has hecho cometer semejante pecado? —Señor mío, no te enojes —contestó Aarón—. Tú bien sabes cuán inclinado al mal es este pueblo. Ellos me dijeron: “Tienes que hacernos dioses que marchen al frente de nosotros, porque a ese Moisés que nos sacó de Egipto, ¡no sabemos qué pudo haberle pasado!”. Yo les contesté que todo el que tuviera joyas de oro se desprendiera de ellas. Ellos me dieron el oro, yo lo eché al fuego, ¡y lo que salió fue este becerro! Al ver Moisés que el pueblo estaba desenfrenado y que Aarón les había permitido desmandarse y convertirse en el hazmerreír de sus enemigos, se puso a la entrada del campamento y dijo: «Todo el que esté de parte del SEÑOR, que se pase de mi lado». Y se le unieron todos los levitas. Entonces dijo Moisés: «El SEÑOR, Dios de Israel, ordena lo siguiente: “Cíñase cada uno la espada y recorra todo el campamento de un extremo al otro, y mate a quien se ponga enfrente, sea hermano, amigo o vecino”». Los levitas hicieron lo que mandó Moisés y aquel día mataron como a tres mil israelitas. Entonces dijo Moisés: «Hoy han recibido ustedes plena autoridad de parte del SEÑOR; él los ha bendecido este día, pues se pusieron en contra de sus propios hijos y hermanos». Al día siguiente, Moisés dijo a los israelitas: «Ustedes han cometido un gran pecado. Pero voy a subir ahora para reunirme con el SEÑOR y tal vez logre yo que Dios perdone su pecado». Volvió entonces Moisés para hablar con el SEÑOR y le dijo: —¡Qué pecado tan grande ha cometido este pueblo al hacerse dioses de oro! Sin embargo, yo te ruego que perdones su pecado. Pero si no vas a perdonarlos, ¡bórrame del libro que has escrito! El SEÑOR respondió a Moisés: —Solo borraré de mi libro a quien haya pecado contra mí. Tú ve y lleva al pueblo al lugar del que te hablé. Delante de ti irá mi ángel. Llegará el día en que deba castigarlos por su pecado y entonces los castigaré. Fue así como, por causa del becerro que había hecho Aarón, el SEÑOR lanzó una plaga sobre el pueblo.
Éxodo 32:7-35 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)
Entonces Dios le dijo a Moisés: —Baja ya de la montaña, porque el pueblo que sacaste de Egipto se está portando muy mal. ¡Qué pronto se han olvidado de obedecerme! Han fabricado un toro de oro, y lo están adorando. Le han ofrecido sacrificios y dicen que ese toro soy yo, y que los sacó de Egipto. Los he estado observando, y me he dado cuenta de que son muy tercos. ¡Estoy tan enojado que voy a destruirlos a todos! ¡No trates de detenerme! Sin embargo, con tus descendientes formaré una gran nación. Moisés trató de calmar a Dios, y le dijo: —Dios mío, ¡no te enojes con este pueblo! ¡Tú mismo lo sacaste de Egipto usando tu gran poder! ¡No te enojes! ¡No destruyas a tu pueblo! No permitas que los egipcios se burlen de ti, y digan: “Dios los ha engañado, pues los sacó para matarlos en las montañas”. Recuerda el juramento que les hiciste a Abraham, a Isaac y a Jacob. Tú les juraste que con sus descendientes formarías un pueblo tan numeroso como las estrellas del cielo, y que para siempre les darías el país de Canaán. En cuanto Dios se calmó y decidió no destruir al pueblo, Moisés comenzó a bajar de la montaña del Sinaí. En sus manos llevaba las dos tablas de piedra que Dios mismo había preparado, y en las que había escrito la ley por ambos lados. Cuando Josué oyó los gritos de la gente, le dijo a Moisés: —Se oyen gritos de guerra en el campamento. Pero Moisés le contestó: —También yo escucho las canciones, pero no son de victoria ni de derrota. Cuando Moisés llegó al campamento vio a la gente bailando. Al ver al toro, se enojó tanto que allí mismo, al pie de la montaña, arrojó contra el suelo las tablas de la ley y las hizo pedazos. Luego fue y echó el toro al fuego, lo molió hasta hacerlo polvo, y mezcló el polvo con el agua. Entonces les dijo a los israelitas: «¡Ahora, beban!» Después de eso, le reclamó a Aarón: —¿Qué daño te ha hecho este pueblo, para que lo hagas pecar de manera tan terrible? Aarón le contestó: —Por favor, no te enojes conmigo. Tú bien sabes que a este pueblo le gusta hacer lo malo. Ellos me pidieron que les hiciera un dios que los guiara y protegiera, porque no sabían lo que había pasado contigo. Entonces les pedí oro y ellos me lo trajeron. Yo tan solo eché el oro al fuego, ¡y salió este toro! Moisés se dio cuenta de que los israelitas no tenían quién los dirigiera, pues Aarón no había sabido controlarlos. También se dio cuenta de que los enemigos del pueblo se burlarían de ellos, así que se puso a la entrada del campamento y les dijo: «Los que estén de parte del Dios de Israel, vengan conmigo». Todos los de la tribu de Leví se unieron a Moisés, quien les dijo: «El Dios de Israel, ha ordenado que cada uno de ustedes tome una espada, regrese al campamento, y vaya casa por casa matando a su hermano, amigo o vecino». Los de la tribu de Leví hicieron lo que Moisés ordenó, y ese día mataron como a tres mil varones. Luego Moisés les dijo: «Hoy Dios los bendice y les da autoridad como sus sacerdotes, pues ustedes se opusieron a sus propios hermanos e hijos, para obedecerlo a él». Al día siguiente, Moisés les dijo a todos: «Ustedes han cometido un pecado terrible. Por eso voy a subir a la montaña para hablar con Dios, a ver si él los perdona». Moisés subió a la montaña donde estaba Dios, y le dijo: —Reconozco que el pueblo se ha portado muy mal al haberse hecho un dios de oro. Yo te ruego que los perdones. Pero si no los perdonas, ¡bien puedes matarme a mí también! Dios le contestó: —Yo le quito la vida al que peca contra mí. Así que vete y lleva este pueblo al país que prometí darles. Mi ángel te guiará. Pero cuando llegue el momento indicado, los castigaré por lo que han hecho. Y por haber adorado al toro que hizo Aarón, Dios les mandó una terrible enfermedad.
Éxodo 32:7-35 Reina Valera Contemporánea (RVC)
Entonces el Señor le dijo a Moisés: «Anda, baja del monte, porque el pueblo que sacaste de Egipto se ha corrompido. Muy pronto se han apartado del camino que yo les señalé. Se han hecho un becerro de oro fundido, y lo están adorando, y le ofrecen sacrificios, mientras dicen: “Israel, ¡estos son los dioses que te sacaron de Egipto!”» El Señor también le dijo a Moisés: «Ya he podido ver que este pueblo es de dura cerviz. Déjame, que mi ira contra ellos se va a encender y los voy a consumir. Pero de ti haré una gran nación.» Entonces Moisés oró delante del Señor su Dios, y dijo: «Señor, ¿por qué habría de encenderse tu furor contra tu pueblo, si tú lo sacaste de Egipto con gran poder y con mano fuerte? Los egipcios van a decir: “¡Dios los sacó para su mal! ¡Los sacó para matarlos en los montes y para borrarlos de la faz de la tierra!” ¿Y por qué van a decirlo? ¡Calma el ardor de tu ira, y no cometas este mal contra tu pueblo! Acuérdate de tus siervos Abrahán, Isaac e Israel, a quienes les juraste por ti mismo: “Yo multiplicaré la descendencia de ustedes como las estrellas del cielo, y les daré toda esta tierra, de la cual les he hablado, para que sea su herencia para siempre.”» Entonces el Señor cambió de parecer y ya no le hizo daño a su pueblo. Moisés, por su parte, bajó del monte trayendo en su mano las dos tablas del testimonio, las cuales estaban escritas por ambos lados. Las tablas eran obra de Dios, lo mismo que la escritura que estaba grabada sobre las tablas. Josué oyó que el pueblo gritaba, así que le dijo a Moisés: «Hay en el campamento alaridos de guerra.» Pero él respondió: «No son voces de vencedores. Ni son voces de gente derrotada. Lo que oigo son cantos de alegría.» Y cuando Moisés llegó al campamento y vio el becerro y las danzas, se encendió su enojo y, arrojando lejos de sí las tablas, las quebró al pie del monte. Luego tomó el becerro que habían hecho y lo quemó en el fuego, moliéndolo hasta reducirlo a polvo, y ese polvo lo esparció sobre las aguas y se las dio a beber a los hijos de Israel. Luego, le dijo a Aarón: «¿Qué te ha hecho este pueblo, que lo has hecho cometer tan gran pecado?» Aarón respondió: «Mi señor, no te enojes. Tú sabes que este pueblo se inclina a hacer lo malo. Ellos me dijeron: “Haz unos dioses que nos vayan abriendo el paso. La verdad, no sabemos qué pudo haberle pasado a este Moisés que nos sacó de Egipto.” Yo les respondí: “El que tenga oro, que lo aparte.” Entonces ellos me lo dieron, yo lo eché en el fuego, ¡y salió este becerro!» Al ver Moisés que el pueblo estaba desenfrenado, porque, para vergüenza de ellos ante sus enemigos, Aarón se lo había permitido, se puso a la entrada del campamento y dijo: «¿Quién está de parte del Señor? ¡Únase a mí!» Y todos los hijos de Leví se le unieron. Entonces él les dijo: «Así ha dicho el Señor, el Dios de Israel: “Fájese cada uno de ustedes la espada al cinto, y vaya de puerta en puerta por el campamento, y mate cada uno a su hermano, a su amigo, o a su pariente.”» Y los hijos de Leví hicieron lo que Moisés les ordenó, y ese día cayeron a filo de espada como tres mil hombres del pueblo. Entonces Moisés dijo: «Hoy ustedes se han consagrado al Señor. Hoy el Señor les ha dado su bendición, pues cada uno de ustedes se ha consagrado en su hijo y en su hermano.» Al día siguiente, Moisés le dijo al pueblo: «Ustedes han cometido un gran pecado. Pero voy ahora a subir al monte, y hablaré con el Señor; tal vez pueda apaciguarlo acerca del pecado de ustedes.» Y volvió Moisés para hablar con el Señor, y le dijo: «Este pueblo ha cometido un gran pecado, pues se hicieron dioses de oro. Te ruego que les perdones su pecado. De lo contrario, ¡bórrame ya del libro que has escrito!» Y el Señor le respondió: «Borraré de mi libro al que peque contra mí. Tú ve y lleva ya a este pueblo al lugar que te he dicho. Mi ángel irá delante de ti. Pero cuando tenga que castigarlos por su pecado, los castigaré.» Y el Señor hirió al pueblo por el becerro que Aarón había hecho para ellos.
Éxodo 32:7-35 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)
Entonces el Señor le dijo a Moisés: —Anda, baja, porque tu pueblo, el que sacaste de Egipto, se ha echado a perder. Muy pronto se han apartado del camino que yo les ordené seguir. Se han hecho un becerro de oro fundido, y lo están adorando y presentándole ofrendas; y dicen: “¡Israel, este es tu dios, que te sacó de Egipto!” Además, el Señor le dijo a Moisés: —Me he fijado en esta gente, y me he dado cuenta de que son muy tercos. ¡Ahora déjame en paz, que estoy ardiendo de enojo y voy a acabar con ellos! Pero de ti voy a hacer una gran nación. Moisés, sin embargo, trató de calmar al Señor su Dios con estas palabras: —Señor, ¿por qué vas a arder de enojo contra tu pueblo, el que tú mismo sacaste de Egipto con gran despliegue de poder? ¿Cómo vas a dejar que digan los egipcios: “Dios los sacó con la mala intención de matarlos en las montañas, para borrarlos de la superficie de la tierra”? Deja ya de arder de enojo; renuncia a la idea de hacer daño a tu pueblo. Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo y les dijiste: “Haré que los descendientes de ustedes sean tan numerosos como las estrellas del cielo, y toda esta tierra que les he prometido a ustedes se la daré como su herencia para siempre.” El Señor renunció a la idea que había expresado de hacer daño a su pueblo. Entonces Moisés se dispuso a bajar del monte, trayendo en sus manos las dos tablas de la ley, las cuales estaban escritas por los dos lados. Dios mismo había hecho las tablas, y Dios mismo había grabado lo que estaba escrito en ellas. Cuando Josué escuchó los gritos de la gente, le dijo a Moisés: —Se oyen gritos de guerra en el campamento. Pero Moisés contestó: —No son cantos alegres de victoria, ni son cantos tristes de derrota; son otros cantos los que escucho. En cuanto Moisés se acercó al campamento y vio el becerro y los bailes, ardió de enojo y arrojó de sus manos las tablas, haciéndolas pedazos al pie del monte; en seguida agarró el becerro y lo arrojó al fuego, luego lo molió hasta hacerlo polvo, y el polvo lo roció sobre el agua; entonces hizo que los israelitas bebieran de aquella agua. Y le dijo a Aarón: —¿Qué te hizo este pueblo, que le has hecho cometer un pecado tan grande? Y Aarón contestó: —Señor mío, no te enojes conmigo. Tú bien sabes que a esta gente le gusta hacer lo malo. Ellos me dijeron: “Haznos un dios que nos guíe, porque no sabemos qué pudo haberle pasado a este Moisés que nos sacó de Egipto.” Yo les contesté: “El que tenga oro, que lo aparte.” Ellos me dieron el oro, yo lo eché en el fuego, ¡y salió este becerro! Moisés se fijó en que el pueblo estaba desenfrenado y expuesto a las burlas de sus enemigos, pues Aarón no lo había controlado, así que se puso de pie a la entrada del campamento y dijo: —Los que estén de parte del Señor, júntense conmigo. Y todos los levitas se le unieron. Entonces Moisés les dijo: —Así dice el Señor, el Dios de Israel: “Tome cada uno de ustedes la espada, regresen al campamento, y vayan de puerta en puerta, matando cada uno de ustedes a su hermano, amigo o vecino.” Los levitas cumplieron las órdenes de Moisés, y ese día murieron como tres mil hombres. Entonces Moisés dijo: —Hoy reciben ustedes plena autoridad ante el Señor, por haberse opuesto unos a su hijo y otros a su hermano. Así que hoy el Señor los bendice. Al día siguiente, Moisés dijo a la gente: —Ustedes han cometido un gran pecado. Ahora voy a tener que subir a donde está el Señor, a ver si consigo que los perdone. Y así Moisés volvió a donde estaba el Señor, y le dijo: —Realmente el pueblo cometió un gran pecado al hacerse un dios de oro. Yo te ruego que los perdones; pero si no los perdonas, ¡borra mi nombre del libro que has escrito! Pero el Señor le contestó: —Solo borraré de mi libro al que peque contra mí. Así que, anda, lleva al pueblo al lugar que te dije. Mi ángel te guiará. Y cuando llegue el día del castigo, yo los castigaré por su pecado. Y el Señor envió una plaga sobre el pueblo por haber adorado al becerro que Aarón les hizo.
Éxodo 32:7-35 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)
Entonces Jehová dijo a Moisés: Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido. Pronto se han apartado del camino que yo les mandé; se han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado, y le han ofrecido sacrificios, y han dicho: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto. Dijo más Jehová a Moisés: Yo he visto a este pueblo, que por cierto es pueblo de dura cerviz. Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo haré una nación grande. Entonces Moisés oró en presencia de Jehová su Dios, y dijo: Oh Jehová, ¿por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte? ¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo: Para mal los sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra? Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo. Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel tus siervos, a los cuales has jurado por ti mismo, y les has dicho: Yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; y daré a vuestra descendencia toda esta tierra de que he hablado, y la tomarán por heredad para siempre. Entonces Jehová se arrepintió del mal que dijo que había de hacer a su pueblo. Y volvió Moisés y descendió del monte, trayendo en su mano las dos tablas del testimonio, las tablas escritas por ambos lados; de uno y otro lado estaban escritas. Y las tablas eran obra de Dios, y la escritura era escritura de Dios grabada sobre las tablas. Cuando oyó Josué el clamor del pueblo que gritaba, dijo a Moisés: Alarido de pelea hay en el campamento. Y él respondió: No es voz de alaridos de fuertes, ni voz de alaridos de débiles; voz de cantar oigo yo. Y aconteció que cuando él llegó al campamento, y vio el becerro y las danzas, ardió la ira de Moisés, y arrojó las tablas de sus manos, y las quebró al pie del monte. Y tomó el becerro que habían hecho, y lo quemó en el fuego, y lo molió hasta reducirlo a polvo, que esparció sobre las aguas, y lo dio a beber a los hijos de Israel. Y dijo Moisés a Aarón: ¿Qué te ha hecho este pueblo, que has traído sobre él tan gran pecado? Y respondió Aarón: No se enoje mi señor; tú conoces al pueblo, que es inclinado a mal. Porque me dijeron: Haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. Y yo les respondí: ¿Quién tiene oro? Apartadlo. Y me lo dieron, y lo eché en el fuego, y salió este becerro. Y viendo Moisés que el pueblo estaba desenfrenado, porque Aarón lo había permitido, para vergüenza entre sus enemigos, se puso Moisés a la puerta del campamento, y dijo: ¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo. Y se juntaron con él todos los hijos de Leví. Y él les dijo: Así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: Poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente. Y los hijos de Leví lo hicieron conforme al dicho de Moisés; y cayeron del pueblo en aquel día como tres mil hombres. Entonces Moisés dijo: Hoy os habéis consagrado a Jehová, pues cada uno se ha consagrado en su hijo y en su hermano, para que él dé bendición hoy sobre vosotros. Y aconteció que al día siguiente dijo Moisés al pueblo: Vosotros habéis cometido un gran pecado, pero yo subiré ahora a Jehová; quizá le aplacaré acerca de vuestro pecado. Entonces volvió Moisés a Jehová, y dijo: Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito. Y Jehová respondió a Moisés: Al que pecare contra mí, a este raeré yo de mi libro. Ve, pues, ahora, lleva a este pueblo a donde te he dicho; he aquí mi ángel irá delante de ti; pero en el día del castigo, yo castigaré en ellos su pecado. Y Jehová hirió al pueblo, porque habían hecho el becerro que formó Aarón.
Éxodo 32:7-35 La Biblia de las Américas (LBLA)
Entonces el SEÑOR habló a Moisés: Desciende pronto, porque tu pueblo, que sacaste de la tierra de Egipto, se ha corrompido. Bien pronto se han desviado del camino que yo les mandé. Se han hecho un becerro de fundición y lo han adorado, le han ofrecido sacrificios y han dicho: «Este es tu dios, Israel, que te ha sacado de la tierra de Egipto». Y el SEÑOR dijo a Moisés: He visto a este pueblo, y he aquí, es pueblo de dura cerviz. Ahora pues, déjame, para que se encienda mi ira contra ellos y los consuma; mas de ti yo haré una gran nación. Entonces Moisés suplicó ante el SEÑOR su Dios, y dijo: Oh SEÑOR, ¿por qué se enciende tu ira contra tu pueblo, que tú has sacado de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte? ¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo: «Con malas intenciones los ha sacado, para matarlos en los montes y para exterminarlos de la faz de la tierra»? Vuélvete del ardor de tu ira, y desiste de hacer daño a tu pueblo. Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel, siervos tuyos, a quienes juraste por ti mismo, y les dijiste: «Yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de la cual he hablado, daré a vuestros descendientes, y ellos la heredarán para siempre». Y el SEÑOR desistió de hacer el daño que había dicho que haría a su pueblo. Entonces se volvió Moisés y descendió del monte con las dos tablas del testimonio en su mano, tablas escritas por ambos lados; por uno y por el otro estaban escritas. Y las tablas eran obra de Dios, y la escritura era escritura de Dios grabada sobre las tablas. Al oír Josué el ruido del pueblo que gritaba, dijo a Moisés: Hay gritos de guerra en el campamento. Pero él respondió: No es ruido de gritos de victoria, ni es ruido de lamentos de derrota; sino que oigo voces de canto. Y sucedió que tan pronto como Moisés se acercó al campamento, vio el becerro y las danzas; y se encendió la ira de Moisés, y arrojó las tablas de sus manos, y las hizo pedazos al pie del monte. Y tomando el becerro que habían hecho, lo quemó en el fuego, lo molió hasta reducirlo a polvo y lo esparció sobre el agua, e hizo que los hijos de Israel la bebieran. Entonces dijo Moisés a Aarón: ¿Qué te ha hecho este pueblo para que hayas traído sobre él tan gran pecado? Y Aarón respondió: No se encienda la ira de mi señor; tú conoces al pueblo, que es propenso al mal. Porque me dijeron: «Haznos un dios que vaya delante de nosotros; pues no sabemos qué le haya acontecido a este Moisés, el hombre que nos sacó de la tierra de Egipto». Y yo les dije: «El que tenga oro, que se lo quite». Y me lo dieron, y lo eché al fuego y salió este becerro. Y viendo Moisés al pueblo desenfrenado, porque Aarón les había permitido el desenfreno para ser burla de sus enemigos, se paró Moisés a la puerta del campamento, y dijo: El que esté por el SEÑOR, venga a mí. Y se juntaron a él todos los hijos de Leví. Y él les dijo: Así dice el SEÑOR, Dios de Israel: «Póngase cada uno la espada sobre el muslo, y pasad y repasad por el campamento de puerta en puerta, y matad cada uno a su hermano y a su amigo y a su vecino». Y los hijos de Leví hicieron conforme a la palabra de Moisés; y cayeron aquel día unos tres mil hombres del pueblo. Y Moisés dijo: Consagraos hoy al SEÑOR, pues cada uno ha estado en contra de su hijo y en contra de su hermano, para que hoy Él os dé una bendición. Y sucedió que al día siguiente dijo Moisés al pueblo: Vosotros habéis cometido un gran pecado, y yo ahora voy a subir al SEÑOR, quizá pueda hacer expiación por vuestro pecado. Entonces volvió Moisés al SEÑOR y dijo: ¡Ay!, este pueblo ha cometido un gran pecado: se ha hecho un dios de oro. Pero ahora, si es tu voluntad, perdona su pecado, y si no, bórrame del libro que has escrito. Y el SEÑOR dijo a Moisés: Al que haya pecado contra mí, lo borraré de mi libro. Pero ahora ve, conduce al pueblo adonde te he dicho. He aquí, mi ángel irá delante de ti; mas el día que yo los visite, los castigaré por su pecado. Y el SEÑOR hirió al pueblo por lo que hicieron con el becerro que Aarón había hecho.
Éxodo 32:7-35 Nueva Traducción Viviente (NTV)
El SEÑOR le dijo a Moisés: —¡Baja ya de la montaña! Tu pueblo, el que sacaste de la tierra de Egipto, se ha corrompido. ¡Qué pronto se apartaron de la forma en que les ordené que vivieran! Fundieron oro y se hicieron un becerro, y se inclinaron ante él y le ofrecieron sacrificios. Andan diciendo: “Oh Israel, estos son tus dioses que te sacaron de la tierra de Egipto”. Después el SEÑOR dijo: —He visto lo terco y rebelde que es este pueblo. Ahora quítate de en medio, para que mi ira feroz pueda encenderse contra ellos y destruirlos. Después, Moisés, haré de ti una gran nación. Pero Moisés trató de apaciguar al SEÑOR su Dios. —¡Oh SEÑOR! —le dijo—, ¿por qué estás tan enojado con tu propio pueblo, el que sacaste de la tierra de Egipto con tan gran poder y mano fuerte? ¿Por qué dejar que los egipcios digan: “Su Dios los rescató con la mala intención de matarlos en los montes y borrarlos de la faz de la tierra”? Abandona tu ira feroz; ¡cambia de parecer en cuanto a ese terrible desastre con el que amenazas a tu pueblo! Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac y Jacob. Tú mismo te comprometiste con ellos bajo juramento diciendo: “Haré que sus descendientes sean tan numerosos como las estrellas del cielo, y entregaré a sus descendientes toda esta tierra que prometí darles, y ellos la poseerán para siempre”. Entonces el SEÑOR cambió de parecer en cuanto al terrible desastre con que había amenazado destruir a su pueblo. Enseguida Moisés se dio la vuelta y descendió del monte. Llevaba en sus manos las dos tablas de piedra grabadas con las condiciones del pacto. Estaban escritas a ambos lados, por delante y por detrás. Estas tablas eran obra de Dios; cada palabra estaba escrita por Dios mismo. Cuando Josué oyó el alboroto del pueblo, que gritaba desde abajo, exclamó a Moisés: —¡Parece que hay guerra en el campamento! Pero Moisés respondió: —No, no son gritos de victoria ni lamentos de derrota. Oigo sonidos de celebración. Cuando se acercaron al campamento, Moisés vio el becerro y las danzas, y ardió de enojo. Entonces tiró las tablas de piedra al suelo, las cuales se hicieron pedazos al pie del monte. Tomó el becerro que habían hecho y lo quemó. Luego lo molió hasta hacerlo polvo, lo arrojó al agua y obligó a los israelitas a que la bebieran. Por último, se dirigió a Aarón y le preguntó: —¿Qué te hizo este pueblo para que lo llevaras a caer en un pecado tan grande? —No te disgustes tanto, mi señor —contestó Aarón—. Tú sabes bien qué mala es esta gente. Ellos me dijeron: “Haznos dioses que puedan guiarnos. No sabemos qué le sucedió a ese tipo, Moisés, el que nos trajo aquí desde la tierra de Egipto”. Así que yo les dije: “Los que tengan joyas de oro, que se las quiten”. Cuando me las trajeron, no hice más que echarlas al fuego, ¡y salió este becerro! Moisés vio que Aarón había permitido que el pueblo se descontrolara por completo y fuera el hazmerreír de sus enemigos. Así que se paró a la entrada del campamento y gritó: «Todos los que estén de parte del SEÑOR, vengan aquí y únanse a mí». Y todos los levitas se juntaron alrededor de él. Moisés les dijo: «Esto dice el SEÑOR, Dios de Israel: “Cada uno de ustedes tome su espada, recorra el campamento de un extremo al otro; maten a todos, incluso a sus hermanos, amigos y vecinos”». Entonces los levitas obedecieron la orden de Moisés, y ese día murieron unas tres mil personas. Entonces Moisés les dijo a los levitas: «Hoy se consagraron a sí mismos para el servicio del SEÑOR, porque lo obedecieron aun cuando tuvieron que matar a sus propios hijos y hermanos. Hoy se ganaron una bendición». Al día siguiente, Moisés les dijo a los israelitas: «Ustedes cometieron un terrible pecado, pero yo subiré de nuevo al monte a encontrarme con el SEÑOR. Quizá pueda lograr que él les perdone este pecado». Entonces Moisés volvió a donde estaba el SEÑOR y dijo: —Qué terrible pecado cometió este pueblo; se hicieron dioses de oro. Ahora, si solo perdonaras su pecado; pero si no, ¡borra mi nombre del registro que has escrito! Pero el SEÑOR respondió a Moisés: —No, yo borraré el nombre de todo aquel que haya pecado contra mí. Ahora ve y lleva al pueblo al lugar del que te hablé. Mi ángel irá delante de ti. Cuando llegue el día de pedirles cuentas a los israelitas, ciertamente los haré responsables de sus pecados. Después, el SEÑOR envió una terrible plaga sobre ellos porque habían rendido culto al becerro que hizo Aarón.