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Éxodo 32:7-35

Éxodo 32:7-35 DHH94I

Entonces el Señor le dijo a Moisés: —Anda, baja, porque tu pueblo, el que sacaste de Egipto, se ha echado a perder. Muy pronto se han apartado del camino que yo les ordené seguir. Se han hecho un becerro de oro fundido, y lo están adorando y presentándole ofrendas; y dicen: “¡Israel, este es tu dios, que te sacó de Egipto!” Además, el Señor le dijo a Moisés: —Me he fijado en esta gente, y me he dado cuenta de que son muy tercos. ¡Ahora déjame en paz, que estoy ardiendo de enojo y voy a acabar con ellos! Pero de ti voy a hacer una gran nación. Moisés, sin embargo, trató de calmar al Señor su Dios con estas palabras: —Señor, ¿por qué vas a arder de enojo contra tu pueblo, el que tú mismo sacaste de Egipto con gran despliegue de poder? ¿Cómo vas a dejar que digan los egipcios: “Dios los sacó con la mala intención de matarlos en las montañas, para borrarlos de la superficie de la tierra”? Deja ya de arder de enojo; renuncia a la idea de hacer daño a tu pueblo. Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo y les dijiste: “Haré que los descendientes de ustedes sean tan numerosos como las estrellas del cielo, y toda esta tierra que les he prometido a ustedes se la daré como su herencia para siempre.” El Señor renunció a la idea que había expresado de hacer daño a su pueblo. Entonces Moisés se dispuso a bajar del monte, trayendo en sus manos las dos tablas de la ley, las cuales estaban escritas por los dos lados. Dios mismo había hecho las tablas, y Dios mismo había grabado lo que estaba escrito en ellas. Cuando Josué escuchó los gritos de la gente, le dijo a Moisés: —Se oyen gritos de guerra en el campamento. Pero Moisés contestó: —No son cantos alegres de victoria, ni son cantos tristes de derrota; son otros cantos los que escucho. En cuanto Moisés se acercó al campamento y vio el becerro y los bailes, ardió de enojo y arrojó de sus manos las tablas, haciéndolas pedazos al pie del monte; en seguida agarró el becerro y lo arrojó al fuego, luego lo molió hasta hacerlo polvo, y el polvo lo roció sobre el agua; entonces hizo que los israelitas bebieran de aquella agua. Y le dijo a Aarón: —¿Qué te hizo este pueblo, que le has hecho cometer un pecado tan grande? Y Aarón contestó: —Señor mío, no te enojes conmigo. Tú bien sabes que a esta gente le gusta hacer lo malo. Ellos me dijeron: “Haznos un dios que nos guíe, porque no sabemos qué pudo haberle pasado a este Moisés que nos sacó de Egipto.” Yo les contesté: “El que tenga oro, que lo aparte.” Ellos me dieron el oro, yo lo eché en el fuego, ¡y salió este becerro! Moisés se fijó en que el pueblo estaba desenfrenado y expuesto a las burlas de sus enemigos, pues Aarón no lo había controlado, así que se puso de pie a la entrada del campamento y dijo: —Los que estén de parte del Señor, júntense conmigo. Y todos los levitas se le unieron. Entonces Moisés les dijo: —Así dice el Señor, el Dios de Israel: “Tome cada uno de ustedes la espada, regresen al campamento, y vayan de puerta en puerta, matando cada uno de ustedes a su hermano, amigo o vecino.” Los levitas cumplieron las órdenes de Moisés, y ese día murieron como tres mil hombres. Entonces Moisés dijo: —Hoy reciben ustedes plena autoridad ante el Señor, por haberse opuesto unos a su hijo y otros a su hermano. Así que hoy el Señor los bendice. Al día siguiente, Moisés dijo a la gente: —Ustedes han cometido un gran pecado. Ahora voy a tener que subir a donde está el Señor, a ver si consigo que los perdone. Y así Moisés volvió a donde estaba el Señor, y le dijo: —Realmente el pueblo cometió un gran pecado al hacerse un dios de oro. Yo te ruego que los perdones; pero si no los perdonas, ¡borra mi nombre del libro que has escrito! Pero el Señor le contestó: —Solo borraré de mi libro al que peque contra mí. Así que, anda, lleva al pueblo al lugar que te dije. Mi ángel te guiará. Y cuando llegue el día del castigo, yo los castigaré por su pecado. Y el Señor envió una plaga sobre el pueblo por haber adorado al becerro que Aarón les hizo.