el arroyo, el arroyo antiguo, el arroyo de Quisón los barrió a todos ellos. ¡Tú aplastarás la garganta de los poderosos! »¡Resuenan los cascos de los caballos! ¡Galopan, galopan los briosos corceles! Y el ángel del Señor anuncia: “¡Que caiga una dura maldición sobre Meroz y sus habitantes!” Pues no acudieron, como los valientes, en ayuda del Señor. »¡Bendita sea entre las mujeres Jael, la esposa de Héber el quenita! ¡Bendita sea entre las mujeres del campamento! Agua pidió Sísara; leche le dio Jael. ¡Crema le dio en un tazón especial! Mientras tanto, tomó la estaca con la izquierda y el mazo de trabajo con la derecha, y dando a Sísara un golpe en la cabeza le rompió y atravesó las sienes. Sísara se retorcía a los pies de Jael; retorciéndose de dolor cayó al suelo, y allí donde cayó, allí quedó muerto. »La madre de Sísara, afligida, se asoma a la ventana y dice: “¿Por qué tarda tanto en llegar su carro? ¿Por qué se retrasa su carro de guerra?” Algunas damas sabihondas le responden, y aun ella misma se repite: “Seguramente se están repartiendo lo que ganaron en la guerra. Una esclava, y aun dos, para cada guerrero; para Sísara las telas de colores: una tela, y aun dos, bordadas de varios colores, para el cuello del vencedor.” »¡Que así sean destruidos, Señor, todos tus enemigos, y que brillen los que te aman, como el sol en todo su esplendor!»
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