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ZACARÍAS INTRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN
Con el nombre de Zacarías nos transmite la Biblia un libro profético de catorce capítulos. Puede decirse, sin embargo, que los comentaristas actuales se manifiestan unánimes en un punto: la diferencia entre los ocho primeros capítulos y el resto de la obra es tan grande en lo que se refiere a situaciones históricas de fondo, estilo, vocabulario y temática, que debemos hablar propiamente de dos libros. A falta de conocer el nombre concreto del profeta autor del que sería el segundo libro (9-14), se le empieza a conocer como “Segundo Zacarías”
PRIMER ZACARÍAS (1—8)
1. Trasfondo histórico-cultural
a) La historia. En el reinado de Darío I, dos profetas se pisan los talones: a los dos meses de finalizar la profecía de Ageo, comienza la de Zacarías, que prolonga su actividad por dos años, del 520 al 518 a. C. Zacarías refleja, como Ageo, las dos grandes preocupaciones de los judíos de la época: la reconstrucción del Templo y la restauración escatológica.
Comparados con los profetas preexílicos y sus denuncias contra el Templo y contra la actividad desarrollada en él, puede parecer extraña la importancia que Ageo y Zacarías le conceden. Pero es que los tiempos y las circunstancias han cambiado. El problema fundamental de los desterrados que vuelven de Babilonia es reencontrar su propia identidad y reconstruir la comunidad. En este contexto se inserta la preocupación de estos dos profetas por la reconstrucción del Templo. La comunidad de los retornados es débil, pues el destierro había jugado en contra de la cohesión. Por otra parte, la profecía de Ezequiel había impreso a la fe durante el destierro una fuerte dimensión cultual que ahora era difícil de abandonar, so pena de abandonar también la fe.
Pero aun siendo casi idénticos el contexto histórico y las preocupaciones fundamentales, es diversa la sensibilidad de Ageo y Zacarías, y diversos, por tanto, los matices de sus respectivas profecías. La esperanza mesiánica reviste en Zacarías un aliento y una dimensión a más largo plazo. El tema de la reconstrucción del Templo le preocupa, como a Ageo (ver Esd 4,1; 6,14), pero en Zacarías prevalece el de la restauración escatológica; la reconstrucción del Templo pasa a un segundo término.
Zacarías escribe cuando Darío I, una vez sofocadas (no sin violencia) una serie de revueltas, consolida su reinado y, hacia el año 520 a. C., restaura la paz en todo el imperio persa. En cuanto al tema de la repatriación, Darío sigue la misma política tolerante que su antecesor Ciro. Pero la situación anímica de los judíos repatriados ha cambiado: después del primer intento de reconstruir el Templo en el año 537 a. C., desaparece el entusiasmo inicial, cunde el desánimo y los repatriados, ante un cúmulo casi insuperable de dificultades, dejan para tiempos mejores la reconstrucción del Templo y cada uno se dedicó a reconstruir y cuidar lo suyo: su vivienda y sus campos. Así las cosas, era preciso revitalizar aquella comunidad desalentada, infundiéndole esperanza.
b) La persona. El nombre de Zacarías significa en hebreo “el Señor se ha acordado”. Según el encabezamiento del libro (1,1), Zacarías sería hijo de Berequías y nieto de Idó. Pero si hay que identificarlo (como así parece) con el Zacarías mencionado junto con Ageo en Esd 5,1 y 6,14 como uno de los principales artífices de la reconstrucción del Templo, sería directamente hijo de Idó (Berequías habría entrado aquí de soslayo, por influencia de Is 8,2). Otros son más concordativos e interpretan el ben Idó de los textos de Esdras como nieto de Idó. La cosa cuadraría perfectamente, quizás demasiado perfectamente.
Si además se trata del mismo Zacarías que aparece en Ne 12,16 como jefe de la familia sacerdotal de Idó, estaríamos ante un profeta de estirpe sacerdotal. Esta procedencia podría ayudar a explicar más y mejor su interés por el culto y el Templo.
2. Aspectos literarios
Los primeros capítulos (1—6) de esta parte del libro se estructuran en torno a ocho visiones (o siete, si se admite como añadido posterior la de 3,1-7, que tiene como finalidad la rehabilitación del sacerdocio, y literariamente está compuesta de modo diferente al resto). Son todas ellas visiones de reconstrucción no siempre fáciles de interpretar. La primera (1,8-16), la de los caballeros montados en caballos de diferentes colores, describe el castigo de las naciones y la bendición de Jerusalén. La segunda (2,1-4), la de los cuatro cuernos y los cuatro herreros, se refiere al castigo de los paganos. La tercera (2,5-7), la del hombre cordel en mano para medir Jerusalén va acompañada de una vibrante invitación a que los exiliados retornen del destierro de Babilonia. La cuarta (3,1-10) —para algunos de dudosa autenticidad—, la del cambio de las vestiduras sucias del sacerdote Josué por vestiduras limpias, evoca la restauración del sacerdocio en sus funciones institucionales. La quinta (4,1-14), la del candelabro de oro, las siete lámparas y los dos olivos, se refiere a la exaltación de Zorobabel (gobernador) y de Josué (sumo sacerdote). La sexta (5,1-4), la del rollo lleno de maldades que vuela sobre toda Judá, constituye el anuncio de la eliminación de todo pecador antes de que llegue la salvación. La séptima (5,5-11), la de la mujer en el recipiente, simboliza la maldad que emigra hacia un país enemigo, donde se convertirá en falsa divinidad. La octava (6,1-8), la de los cuatro carros arrastrados por caballos de distintos colores, significa el cumplimiento universal del programa mesiánico.
El resto de texto (cps. 7—8) está enmarcado entre una pregunta acerca del ayuno en recuerdo de la destrucción del Templo (7,3) y la correspondiente respuesta (8,18-19). En medio de la pregunta y la respuesta hay una crítica al ayuno (7,4-7) al mejor estilo de Isaías, una exhortación a la justicia acompañada de una lectura religiosa del exilio provocado por los pecados de injusticia (7,8-14), y una serie de promesas referidas a la prosperidad de Jerusalén (8,1-17). El texto del Primer Zacarías culmina con cuatro versículos de un especial alcance universalista: la llamada “fórmula del mensajero” —así dice el Señor— anuncia la peregrinación de todos los pueblos al Señor (8,20-23).
3. Contenido y dimensión religiosa
El estilo del Primer Zacarías puede despistar. Jerónimo, el traductor de la Vulgata, definió el conjunto como “oscurísimo libro del profeta Zacarías”. Tampoco nosotros nos sentimos del todo a gusto con unas formas tan visionarias y, a veces, apocalípticas. Pero en medio de estos géneros proféticos, se contienen interesantes y hermosas dimensiones religiosas:
Un nuevo acercamiento profético a la realidad del Templo. La situación es nueva, y nueva es la actitud del profeta respecto al Templo. Zacarías ve en la reconstrucción del Templo una ocasión y un símbolo de la reconstrucción de la comunidad. Ocasión, por lo que significa de tarea común, más allá de los intereses particulares (las propias casas y campos); símbolo, por la importancia emblemática del Templo reconstruido.
Por lo demás, Zacarías no lo cifra todo en la simple reconstrucción material del Templo. Su denuncia social, al mejor estilo profético clásico, exige una religión interior con profundas raíces en el espíritu y no se conforma con las manifestaciones externas de puros ritos y cultos (1,4; 5,3-4; 7,5-10; 8,16-19).
La presencia de Dios, a pesar de las dificultades. Es verdad que narrativamente se pasa, de una presencia divina más directamente percibida y comunicada, propia de los profetas preexílicos, a una presencia con más intermediarios e intérpretes. Pero, aun así, se percibe vivamente en Zacarías un fuerte sentido de un Dios providente que no abandona ni a su pueblo ni a las naciones.
Un servidor de la esperanza. Zacarías se presenta como el paladín de una “esperanza activa”. Anuncia para un futuro más o menos lejano una era mesiánica, pero pide que se actúe ya: hay que reconstruir el Templo y hay que reconstruir la comunidad de culto. En cuanto a la esperanza mesiánica, una vez desaparecido el gobernador Zorobabel, se concentra en el sumo sacerdote. Es una esperanza que más tarde encontrará nuevas formas en textos extrabíblicos (el libro de los Jubileos y los escritos de Qumrán) y que la carta a los Hebreos, en el NT, proclama cumplida en Jesús (Heb 3).
SEGUNDO ZACARÍAS (9—14)
La crítica es unánime: esta parte ofrece características tan distintas con relación a la anterior, que no puede ser atribuida a un mismo autor. El trasfondo histórico-cultural no es el mismo: ya no estamos frente al problema de la reconstrucción de la comunidad, de la ciudad y del Templo. El mesianismo se ha desplazado de las personas concretas de Zorobabel y del sacerdote Josué (en la primera parte) a un personaje sin identificar: un rey justo y victorioso, pero al mismo tiempo pobre, cabalgando sobre un asno (9,9); un rey que en el día del Señor —día de triunfo y de luz— (14,1.4.6.7.13.20) va a inaugurar un reino mesiánico universal (14,3.4.9).
La crítica no se pone de acuerdo, sin embargo, en la fecha de composición, dándose hipótesis extremas: desde quienes defienden una datación preexílica, hasta quienes lo colocan en el siglo II a. C. La opinión que parece más acertada es la que sitúa estos oráculos a finales del siglo IV o principios del III a. C. Y esto, por la referencia concreta al apogeo y caída de la potencia greco-macedónica (9,1—11,3), y porque estos capítulos reflejan disensiones crecientes en el seno de la comunidad judía, que coinciden con las que se dieron en la comunidad postexílica.
Desde el punto de vista literario, el bloque tiene dos partes tan bien definidas que incluso algunos han pensado en un “tercer” Zacarías que sería el autor de 12,1—14,21.
a) La primera parte (9,1—11,17) anuncia la intervención definitiva de Dios, una intervención que supone la integración de los pueblos vecinos, una vez vencidos y purificados (9,1-8). En este contexto surge el rey-mesías que, desde la humildad, instaura el reino ideal (9,10-17; 10,3—11,3), aunque quien de veras realiza la tarea es Dios; todo otro apoyo es falaz (10,1-2).
b) La segunda parte es una ventana abierta a la esperanza: el pueblo será liberado de los enemigos exteriores y se le dará un espíritu nuevo (12,1—13,11). Todo arrancará de un resto que terminará por acoger de nuevo la alianza (13,7). Desde ahí, la salvación alcanzará al mundo entero: todos los pueblos se unirán a Israel para confesar el reinado de Dios.
Es claro que el mensaje clave del Segundo Zacarías se centra en el mesianismo. A través de un mesías “no nombrado” el Señor llevará a cabo la salvación, abriéndola a todos los pueblos, si bien con la condición de observar las prescripciones rituales y cultuales judías. Se trata, por tanto, de un “universalismo limitado”.
El mesías “no nombrado”, sí es, sin embargo, tipificado como:
- Mesías-rey, con la particularidad de ser un rey al modo de los “pobres del Señor”.
- Mesías-buen pastor, con claras referencias a los pastores de Ez 34, abriendo la perspectiva al pastoreo que realiza Dios mismo.
- Mesías-traspasado, cercano a la figura sufriente del Siervo del Señor, presente en los célebres poemas del Segundo Isaías.
Esta rica perspectiva mesiánica hace lógico el uso abundante del Segundo Zacarías en el NT, específicamente en los Evangelios.
ZACARÍAS

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