Dios mismo declara: «Israel, pueblo mío, escúchame, que quiero hablarte. ¡Yo soy tu único Dios, y seré tu acusador! Yo no considero malo que me ofrezcas animales para sacrificarlos en mi altar; pero no necesito que me ofrezcas los terneros de tu establo, ni los cabritos de tus corrales, pues yo soy el dueño de los animales del bosque y del ganado de los cerros. Yo conozco muy bien a todas las aves del cielo, y siempre tomo en cuenta a los animales más pequeños. »Si yo tuviera hambre, no te pediría de comer, pues soy el dueño del mundo y de todo cuanto hay en él. ¿Acaso crees que me alimento con la carne de los toros, y que bebo sangre de carnero? ¡Yo soy el Dios altísimo! ¡Mejor tráeme ofrendas de gratitud y cúmpleme tus promesas! ¡Llámame cuando tengas problemas! Yo vendré a salvarte, y tú me darás alabanza».
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