Después, Jesús le dijo a Pedro:
—Pedro, escucha bien. Satanás ha pedido permiso a Dios para ponerles pruebas difíciles a todos ustedes, y Dios se lo ha dado. Pero yo he pedido a Dios que te ayude, para que te mantengas firme. Por un tiempo vas a dejarme solo, pero después cambiarás. Cuando eso pase, ayudarás a tus compañeros para que siempre se mantengan fieles a mí.
Enseguida Pedro le dijo:
—Señor, si tengo que ir a la cárcel contigo, iré; y si tengo que morir contigo, moriré.
Y Jesús le dijo:
—Pedro, hoy mismo, antes de que el gallo cante, vas a decir tres veces que no me conoces.
Luego, Jesús les preguntó a sus discípulos:
—¿Recuerdan cuando los envié a anunciar las buenas noticias y les dije que no llevaran dinero, ni mochila ni sandalias? Díganme, ¿les hizo falta algo?
Ellos le respondieron:
—No Señor, nada nos faltó.
Entonces Jesús les dijo:
—Pues bien, yo ahora les digo: el que tenga dinero, que lo traiga; y si tiene mochila, que la lleve con él. Si alguno no tiene espada, que venda su manto y se compre una.
»La Biblia dice acerca de mí: “Y fue considerado un criminal”. Les aseguro que pronto me pasará eso.
Los discípulos dijeron:
—Señor, aquí tenemos dos espadas.
Y él les contestó:
—¡Ustedes no me entienden! Pero ya no hablemos más de esto.
Jesús salió de la ciudad y se fue al Monte de los Olivos, como era su costumbre. Los discípulos lo acompañaron.
Cuando llegaron al lugar, Jesús les dijo: «Oren, para que puedan soportar las dificultades que tendrán.»
Jesús se alejó un poco de los discípulos, se arrodilló y oró a Dios: «Padre, ¡cómo deseo que me libres de este sufrimiento! Pero que no suceda lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.»
Cuando Jesús terminó de orar, regresó a donde estaban los discípulos y los encontró durmiendo, pues estaban tan tristes que les había dado sueño. Entonces les dijo: «¿Por qué duermen? ¡Levántense y oren, para que puedan soportar las dificultades que tendrán!»
Jesús estaba hablando todavía cuando llegó Judas, uno de los doce discípulos. Con él venían muchos hombres. Judas se acercó para besar a Jesús. Pero Jesús le dijo: «¡Judas! ¿Con un beso me traicionas a mí, el Hijo del hombre?»
Cuando los discípulos vieron lo que iba a pasar, le dijeron a Jesús:
—Señor, ¿los atacamos con la espada?
Entonces uno de ellos sacó su espada y le cortó una oreja al sirviente del jefe de los sacerdotes. Pero Jesús dijo:
—¡Alto! ¡No peleen!
Luego, tocó la oreja del sirviente y lo sanó.
Los que habían llegado a arrestar a Jesús eran los sacerdotes principales, los capitanes de la guardia del templo y los líderes del pueblo. Jesús les dijo: «¿Por qué han venido con cuchillos y palos, como si yo fuera un ladrón? Todos los días estuve enseñando en el templo delante de ustedes, y nunca me arrestaron. Pero, bueno, el diablo los controla a ustedes, y él les mandó que lo hicieran ahora, porque es en la oscuridad cuando ustedes actúan.»
Los que arrestaron a Jesús lo llevaron al palacio del jefe de los sacerdotes. Pedro los siguió desde lejos.
Allí, en medio del patio del palacio, habían encendido una fogata, y se sentaron alrededor de ella. Pedro también se sentó con ellos. En eso, una sirvienta vio a Pedro sentado junto al fuego, y mirándolo fijamente dijo:
—Este también andaba con Jesús.
Pedro lo negó:
—¡Mujer, yo ni siquiera lo conozco!
Al poco rato, un hombre lo vio y dijo:
—¡Tú también eres uno de los seguidores de Jesús!
Pedro contestó:
—¡No, hombre! ¡No lo soy!
Como una hora después, otro hombre insistió y dijo:
—Estoy seguro de que este era uno de sus seguidores, pues también es de Galilea.
Pedro contestó:
—¡Hombre, ni siquiera sé de qué me hablas!
No había terminado Pedro de hablar cuando de inmediato el gallo cantó. En ese momento, Jesús se volvió y miró a Pedro. Entonces Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho: «Hoy, antes de que el gallo cante, vas a decir tres veces que no me conoces.» Pedro salió de aquel lugar y se puso a llorar con mucha tristeza.