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S. Lucas 22:31-62

S. Lucas 22:31-62 Reina Valera Contemporánea (RVC)

El Señor dijo también: «Simón, Simón, Satanás ha pedido sacudirlos a ustedes como si fueran trigo; pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, cuando hayas vuelto, deberás confirmar a tus hermanos.» Pedro le dijo: «Señor, no solo estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel, sino también a la muerte.» Y Jesús le dijo: «Pedro, te aseguro que el gallo no cantará hoy antes de que tú hayas negado tres veces que me conoces.» Luego Jesús les preguntó: «Cuando los envié sin bolsa, sin alforja y sin calzado, ¿les faltó algo?» Ellos respondieron: «Nada.» Entonces Jesús les dijo: «Pues ahora, el que tenga bolsa, que la tome, junto con la alforja. Y el que no tenga espada, que venda su capa y se compre una. Porque yo les digo que todavía se tiene que cumplir en mí aquello que está escrito: “Y fue contado entre los pecadores”. Porque lo que está escrito acerca de mí, tiene que cumplirse.» Ellos le dijeron: «Señor, ¡aquí hay dos espadas!» Y Jesús respondió: «¡Basta!» Jesús salió y, conforme a su costumbre, se fue al monte de los Olivos. Sus discípulos lo siguieron. Cuando llegó a ese lugar, Jesús les dijo: «Oren para que no caigan en tentación.» Luego, se apartó de ellos a una distancia como de un tiro de piedra, y allí se arrodilló y oró. Y decía: «Padre, si quieres, haz que pase de mí esta copa; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.» [Se le apareció entonces un ángel del cielo, para fortalecerlo. Lleno de angustia, oraba con más intensidad. Y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.] Cuando Jesús se levantó después de orar, fue a donde estaban sus discípulos, y a causa de la tristeza los halló durmiendo. Les dijo: «¿Por qué duermen? ¡Levántense y oren para que no caigan en tentación!» Mientras Jesús estaba hablando, se hizo presente una turba, al frente de la cual iba Judas, que era uno de los doce y que se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?» Cuando los que estaban con él se dieron cuenta de lo que pasaba, le dijeron: «Señor, ¿echamos mano a la espada?» Uno de ellos hirió a un siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Pero Jesús les dijo: «¡Basta! ¡Déjenlos!» Tocó entonces la oreja de aquel hombre, y lo sanó. Luego, Jesús les dijo a los principales sacerdotes, a los jefes de la guardia del templo y a los ancianos, que habían venido contra él: «¿Han venido con espadas y palos, como si fuera yo un ladrón? Todos los días he estado con ustedes en el templo, y no me pusieron las manos encima. Pero esta es la hora de ustedes, la hora del poder de las tinieblas.» Aquellos arrestaron a Jesús y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. En medio del patio encendieron una fogata, y se sentaron alrededor de ella. También Pedro se sentó entre ellos. Pero una criada que lo vio sentado frente al fuego, se fijó en él y dijo: «Este también estaba con él.» Pedro lo negó, y dijo: «Mujer, yo no lo conozco.» Un poco después, otro lo vio y le dijo: «Tú también eres de ellos.» Pero Pedro le dijo: «¡Hombre, no lo soy!» Como una hora después, otro afirmó: «No hay duda. Este también estaba con él, porque es galileo.» Pedro le dijo: «¡Hombre, no sé de qué hablas!» Y en ese momento, mientras Pedro aún hablaba, el gallo cantó. En ese mismo instante el Señor se volvió a ver a Pedro, y entonces Pedro se acordó de las palabras del Señor, cuando le dijo: «Antes de que el gallo cante, me negarás tres veces.» Enseguida, Pedro salió de allí y lloró amargamente.

S. Lucas 22:31-62 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)

»Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si fueran trigo. Pero yo he orado por ti, para que no falle tu fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos. —Señor —respondió Pedro—, estoy dispuesto a ir contigo tanto a la cárcel como a la muerte. Pero él dijo: —Pedro, te digo que hoy mismo, antes de que cante el gallo, tres veces negarás que me conoces. Luego Jesús dijo a todos: —Cuando los envié a ustedes sin monedero ni bolsa ni sandalias, ¿acaso les faltó algo? —Nada —respondieron. Entonces les dijo: —Ahora, en cambio, el que tenga un monedero, que lo lleve; así mismo, el que tenga una bolsa. Y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Porque les digo que tiene que cumplirse en mí aquello que está escrito: “Y fue contado entre los malhechores”. En efecto, lo que se ha escrito de mí se está cumpliendo. —Mira, Señor —le señalaron los discípulos—, aquí hay dos espadas. —¡Basta! —les contestó. Jesús salió de la ciudad y, como de costumbre, se dirigió al monte de los Olivos y sus discípulos lo siguieron. Cuando llegaron al lugar, les dijo: «Oren para que no caigan en tentación». Entonces se separó de ellos a una buena distancia, se arrodilló y empezó a orar: «Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya». Entonces se apareció un ángel del cielo para fortalecerlo. Pero como estaba angustiado, se puso a orar con más fervor y su sudor era como gotas de sangre que caían a tierra. Cuando terminó de orar y volvió a los discípulos, los encontró dormidos, agotados por la tristeza. «¿Por qué están durmiendo? —les exhortó—. Levántense y oren para que no caigan en tentación». Todavía estaba hablando Jesús cuando se apareció una turba, y al frente iba uno de los doce, el que se llamaba Judas. Este se acercó a Jesús para besarlo, pero Jesús le preguntó: —Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del hombre? Los discípulos que lo rodeaban, al darse cuenta de lo que pasaba, dijeron: —Señor, ¿atacamos con la espada? Y uno de ellos hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. —¡Déjenlos! —ordenó Jesús. Entonces tocó la oreja al hombre y lo sanó. Luego dijo a los jefes de los sacerdotes, a los capitanes del Templo y a los líderes religiosos, que habían venido a prenderlo: —¿Acaso soy un bandido para que vengan con espadas y palos? Todos los días estaba con ustedes en el Templo y no se atrevieron a ponerme las manos encima. Pero ya ha llegado la hora de ustedes, cuando reinan las tinieblas. Prendieron entonces a Jesús y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote. Pedro los seguía de lejos. Pero luego, cuando encendieron una fogata en medio del patio y se sentaron alrededor, Pedro se les unió. Una criada lo vio allí sentado a la lumbre, lo miró detenidamente y dijo: —Este estaba con él. Pero él lo negó, diciendo: —Muchacha, yo no lo conozco. Poco después lo vio otro y afirmó: —Tú también eres uno de ellos. —¡No, hombre, no lo soy! —contestó Pedro. Como una hora más tarde, otro lo acusó: —Seguro que este estaba con él; miren que es galileo. —¡Hombre, no sé de qué estás hablando! —respondió Pedro. En el mismo momento en que dijo eso, cantó el gallo. El Señor se volvió y miró directamente a Pedro. Entonces Pedro se acordó de lo que el Señor le había dicho: «Hoy mismo, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces». Y saliendo de allí, lloró amargamente.

S. Lucas 22:31-62 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)

Después, Jesús le dijo a Pedro: —Pedro, escucha bien. Satanás ha pedido permiso a Dios para ponerles pruebas difíciles a todos ustedes, y Dios se lo ha dado. Pero yo he pedido a Dios que te ayude, para que te mantengas firme. Por un tiempo vas a dejarme solo, pero después cambiarás. Cuando eso pase, ayudarás a tus compañeros para que siempre se mantengan fieles a mí. Enseguida Pedro le dijo: —Señor, si tengo que ir a la cárcel contigo, iré; y si tengo que morir contigo, moriré. Y Jesús le dijo: —Pedro, hoy mismo, antes de que el gallo cante, vas a decir tres veces que no me conoces. Luego, Jesús les preguntó a sus discípulos: —¿Recuerdan cuando los envié a anunciar las buenas noticias y les dije que no llevaran dinero, ni mochila ni sandalias? Díganme, ¿les hizo falta algo? Ellos le respondieron: —No Señor, nada nos faltó. Entonces Jesús les dijo: —Pues bien, yo ahora les digo: el que tenga dinero, que lo traiga; y si tiene mochila, que la lleve con él. Si alguno no tiene espada, que venda su manto y se compre una. »La Biblia dice acerca de mí: “Y fue considerado un criminal”. Les aseguro que pronto me pasará eso. Los discípulos dijeron: —Señor, aquí tenemos dos espadas. Y él les contestó: —¡Ustedes no me entienden! Pero ya no hablemos más de esto. Jesús salió de la ciudad y se fue al Monte de los Olivos, como era su costumbre. Los discípulos lo acompañaron. Cuando llegaron al lugar, Jesús les dijo: «Oren, para que puedan soportar las dificultades que tendrán.» Jesús se alejó un poco de los discípulos, se arrodilló y oró a Dios: «Padre, ¡cómo deseo que me libres de este sufrimiento! Pero que no suceda lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.» Cuando Jesús terminó de orar, regresó a donde estaban los discípulos y los encontró durmiendo, pues estaban tan tristes que les había dado sueño. Entonces les dijo: «¿Por qué duermen? ¡Levántense y oren, para que puedan soportar las dificultades que tendrán!» Jesús estaba hablando todavía cuando llegó Judas, uno de los doce discípulos. Con él venían muchos hombres. Judas se acercó para besar a Jesús. Pero Jesús le dijo: «¡Judas! ¿Con un beso me traicionas a mí, el Hijo del hombre?» Cuando los discípulos vieron lo que iba a pasar, le dijeron a Jesús: —Señor, ¿los atacamos con la espada? Entonces uno de ellos sacó su espada y le cortó una oreja al sirviente del jefe de los sacerdotes. Pero Jesús dijo: —¡Alto! ¡No peleen! Luego, tocó la oreja del sirviente y lo sanó. Los que habían llegado a arrestar a Jesús eran los sacerdotes principales, los capitanes de la guardia del templo y los líderes del pueblo. Jesús les dijo: «¿Por qué han venido con cuchillos y palos, como si yo fuera un ladrón? Todos los días estuve enseñando en el templo delante de ustedes, y nunca me arrestaron. Pero, bueno, el diablo los controla a ustedes, y él les mandó que lo hicieran ahora, porque es en la oscuridad cuando ustedes actúan.» Los que arrestaron a Jesús lo llevaron al palacio del jefe de los sacerdotes. Pedro los siguió desde lejos. Allí, en medio del patio del palacio, habían encendido una fogata, y se sentaron alrededor de ella. Pedro también se sentó con ellos. En eso, una sirvienta vio a Pedro sentado junto al fuego, y mirándolo fijamente dijo: —Este también andaba con Jesús. Pedro lo negó: —¡Mujer, yo ni siquiera lo conozco! Al poco rato, un hombre lo vio y dijo: —¡Tú también eres uno de los seguidores de Jesús! Pedro contestó: —¡No, hombre! ¡No lo soy! Como una hora después, otro hombre insistió y dijo: —Estoy seguro de que este era uno de sus seguidores, pues también es de Galilea. Pedro contestó: —¡Hombre, ni siquiera sé de qué me hablas! No había terminado Pedro de hablar cuando de inmediato el gallo cantó. En ese momento, Jesús se volvió y miró a Pedro. Entonces Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho: «Hoy, antes de que el gallo cante, vas a decir tres veces que no me conoces.» Pedro salió de aquel lugar y se puso a llorar con mucha tristeza.

S. Lucas 22:31-62 Reina Valera Contemporánea (RVC)

El Señor dijo también: «Simón, Simón, Satanás ha pedido sacudirlos a ustedes como si fueran trigo; pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, cuando hayas vuelto, deberás confirmar a tus hermanos.» Pedro le dijo: «Señor, no solo estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel, sino también a la muerte.» Y Jesús le dijo: «Pedro, te aseguro que el gallo no cantará hoy antes de que tú hayas negado tres veces que me conoces.» Luego Jesús les preguntó: «Cuando los envié sin bolsa, sin alforja y sin calzado, ¿les faltó algo?» Ellos respondieron: «Nada.» Entonces Jesús les dijo: «Pues ahora, el que tenga bolsa, que la tome, junto con la alforja. Y el que no tenga espada, que venda su capa y se compre una. Porque yo les digo que todavía se tiene que cumplir en mí aquello que está escrito: “Y fue contado entre los pecadores”. Porque lo que está escrito acerca de mí, tiene que cumplirse.» Ellos le dijeron: «Señor, ¡aquí hay dos espadas!» Y Jesús respondió: «¡Basta!» Jesús salió y, conforme a su costumbre, se fue al monte de los Olivos. Sus discípulos lo siguieron. Cuando llegó a ese lugar, Jesús les dijo: «Oren para que no caigan en tentación.» Luego, se apartó de ellos a una distancia como de un tiro de piedra, y allí se arrodilló y oró. Y decía: «Padre, si quieres, haz que pase de mí esta copa; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.» [Se le apareció entonces un ángel del cielo, para fortalecerlo. Lleno de angustia, oraba con más intensidad. Y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.] Cuando Jesús se levantó después de orar, fue a donde estaban sus discípulos, y a causa de la tristeza los halló durmiendo. Les dijo: «¿Por qué duermen? ¡Levántense y oren para que no caigan en tentación!» Mientras Jesús estaba hablando, se hizo presente una turba, al frente de la cual iba Judas, que era uno de los doce y que se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?» Cuando los que estaban con él se dieron cuenta de lo que pasaba, le dijeron: «Señor, ¿echamos mano a la espada?» Uno de ellos hirió a un siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Pero Jesús les dijo: «¡Basta! ¡Déjenlos!» Tocó entonces la oreja de aquel hombre, y lo sanó. Luego, Jesús les dijo a los principales sacerdotes, a los jefes de la guardia del templo y a los ancianos, que habían venido contra él: «¿Han venido con espadas y palos, como si fuera yo un ladrón? Todos los días he estado con ustedes en el templo, y no me pusieron las manos encima. Pero esta es la hora de ustedes, la hora del poder de las tinieblas.» Aquellos arrestaron a Jesús y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. En medio del patio encendieron una fogata, y se sentaron alrededor de ella. También Pedro se sentó entre ellos. Pero una criada que lo vio sentado frente al fuego, se fijó en él y dijo: «Este también estaba con él.» Pedro lo negó, y dijo: «Mujer, yo no lo conozco.» Un poco después, otro lo vio y le dijo: «Tú también eres de ellos.» Pero Pedro le dijo: «¡Hombre, no lo soy!» Como una hora después, otro afirmó: «No hay duda. Este también estaba con él, porque es galileo.» Pedro le dijo: «¡Hombre, no sé de qué hablas!» Y en ese momento, mientras Pedro aún hablaba, el gallo cantó. En ese mismo instante el Señor se volvió a ver a Pedro, y entonces Pedro se acordó de las palabras del Señor, cuando le dijo: «Antes de que el gallo cante, me negarás tres veces.» Enseguida, Pedro salió de allí y lloró amargamente.

S. Lucas 22:31-62 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)

Dijo también el Señor: —Simón, Simón, mira que Satanás los ha pedido a ustedes para sacudirlos como si fueran trigo; pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, ayuda a tus hermanos a permanecer firmes. Simón le dijo: —Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel, y hasta a morir contigo. Jesús le contestó: —Pedro, te digo que hoy mismo, antes que cante el gallo, tres veces negarás que me conoces. Luego Jesús les preguntó: —Cuando los mandé sin dinero ni provisiones ni sandalias, ¿acaso les faltó algo? Ellos contestaron: —Nada. Entonces les dijo: —Ahora, en cambio, el que tenga dinero, que lo traiga, y también provisiones; y el que no tenga espada, que venda su abrigo y se compre una. Porque les digo que tiene que cumplirse en mí esto que dicen las Escrituras: “Y fue contado entre los malvados.” Pues todo lo que está escrito de mí, tiene que cumplirse. Ellos dijeron: —Señor, aquí hay dos espadas. Y él contestó: —Basta ya de hablar. Luego Jesús salió y, según su costumbre, se fue al Monte de los Olivos; y los discípulos lo siguieron. Al llegar al lugar, les dijo: —Oren, para que no caigan en tentación. Se alejó de ellos como a la distancia de un tiro de piedra, y se puso de rodillas para orar. Dijo: «Padre, si quieres, líbrame de este trago amargo; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.» [ En esto se le apareció un ángel del cielo, para darle fuerzas. En medio de su gran sufrimiento, Jesús oraba aún más intensamente, y el sudor le caía a tierra como grandes gotas de sangre.] Cuando se levantó de la oración, fue a donde estaban los discípulos, y los encontró dormidos, vencidos por la tristeza. Les dijo: —¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren, para que no caigan en tentación. Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegó mucha gente. El que se llamaba Judas, que era uno de los doce discípulos, iba a la cabeza. Este se acercó a besar a Jesús, pero Jesús le dijo: —Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del hombre? Los que estaban con Jesús, al ver lo que pasaba, le preguntaron: —Señor, ¿atacamos con espada? Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Jesús dijo: —Déjenlos; ya basta. Y le tocó la oreja al criado, y lo sanó. Luego dijo a los jefes de los sacerdotes, a los oficiales del templo y a los ancianos, que habían venido a llevárselo: —¿Por qué han venido ustedes con espadas y con palos, como si yo fuera un bandido? Todos los días he estado con ustedes en el templo, y no trataron de arrestarme. Pero esta es la hora de ustedes, la hora del poder de las tinieblas. Arrestaron entonces a Jesús y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. Allí, en medio del patio, habían hecho fuego, y se sentaron alrededor; y Pedro se sentó también entre ellos. En esto, una sirvienta, al verlo sentado junto al fuego, se quedó mirándolo y dijo: —También este estaba con él. Pero Pedro lo negó, diciendo: —Mujer, yo no lo conozco. Poco después, otro lo vio y dijo: —Tú también eres de ellos. Pedro contestó: —No, hombre, no lo soy. Como una hora después, otro insistió: —Seguro que este estaba con él. Además es de Galilea. Pedro dijo: —Hombre, no sé de qué hablas. En ese mismo momento, mientras Pedro aún estaba hablando, cantó un gallo. Entonces el Señor se volvió y miró a Pedro, y Pedro se acordó de que el Señor le había dicho: «Hoy, antes que el gallo cante, me negarás tres veces.» Y salió Pedro de allí y lloró amargamente.

S. Lucas 22:31-62 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)

Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos. Él le dijo: Señor, dispuesto estoy a ir contigo no solo a la cárcel, sino también a la muerte. Y él le dijo: Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces. Y a ellos dijo: Cuando os envié sin bolsa, sin alforja, y sin calzado, ¿os faltó algo? Ellos dijeron: Nada. Y les dijo: Pues ahora, el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja; y el que no tiene espada, venda su capa y compre una. Porque os digo que es necesario que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito: Y fue contado con los inicuos; porque lo que está escrito de mí, tiene cumplimiento. Entonces ellos dijeron: Señor, aquí hay dos espadas. Y él les dijo: Basta. Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron. Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación. Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló durmiendo a causa de la tristeza; y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos, y orad para que no entréis en tentación. Mientras él aún hablaba, se presentó una turba; y el que se llamaba Judas, uno de los doce, iba al frente de ellos; y se acercó hasta Jesús para besarle. Entonces Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre? Viendo los que estaban con él lo que había de acontecer, le dijeron: Señor, ¿heriremos a espada? Y uno de ellos hirió a un siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Basta ya; dejad. Y tocando su oreja, le sanó. Y Jesús dijo a los principales sacerdotes, a los jefes de la guardia del templo y a los ancianos, que habían venido contra él: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y palos? Habiendo estado con vosotros cada día en el templo, no extendisteis las manos contra mí; mas esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas. Y prendiéndole, le llevaron, y le condujeron a casa del sumo sacerdote. Y Pedro le seguía de lejos. Y habiendo ellos encendido fuego en medio del patio, se sentaron alrededor; y Pedro se sentó también entre ellos. Pero una criada, al verle sentado al fuego, se fijó en él, y dijo: También este estaba con él. Pero él lo negó, diciendo: Mujer, no lo conozco. Un poco después, viéndole otro, dijo: Tú también eres de ellos. Y Pedro dijo: Hombre, no lo soy. Como una hora después, otro afirmaba, diciendo: Verdaderamente también este estaba con él, porque es galileo. Y Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices. Y en seguida, mientras él todavía hablaba, el gallo cantó. Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente.

S. Lucas 22:31-62 La Biblia de las Américas (LBLA)

Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y tú, una vez que hayas regresado, fortalece a tus hermanos. Y Pedro le dijo: Señor, estoy dispuesto a ir contigo tanto a la cárcel como a la muerte. Pero Jesús le dijo: Te digo, Pedro, que el gallo no cantará hoy hasta que tú hayas negado tres veces que me conoces. Y les dijo: Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿acaso os faltó algo? Y ellos contestaron: No, nada. Entonces les dijo: Pero ahora, el que tenga una bolsa, que la lleve consigo, de la misma manera también una alforja, y el que no tenga espada, venda su manto y compre una. Porque os digo que es necesario que en mí se cumpla esto que está escrito: «Y CON LOS TRANSGRESORES FUE CONTADO»; pues ciertamente, lo que se refiere a mí, tiene su cumplimiento. Y ellos dijeron: Señor, mira, aquí hay dos espadas. Y Él les dijo: Es suficiente. Y saliendo, se encaminó, como de costumbre, hacia el monte de los Olivos; y los discípulos también le siguieron. Cuando llegó al lugar, les dijo: Orad para que no entréis en tentación. Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra, y poniéndose de rodillas, oraba, diciendo: Padre, si es tu voluntad, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Entonces se le apareció un ángel del cielo, fortaleciéndole. Y estando en agonía, oraba con mucho fervor; y su sudor se volvió como gruesas gotas de sangre, que caían sobre la tierra. Cuando se levantó de orar, fue a los discípulos y los halló dormidos a causa de la tristeza, y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos y orad para que no entréis en tentación. Mientras todavía estaba Él hablando, he aquí, llegó una multitud, y el que se llamaba Judas, uno de los doce, iba delante de ellos, y se acercó a Jesús para besarle. Pero Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre? Y cuando los que rodeaban a Jesús vieron lo que iba a suceder, dijeron: Señor, ¿heriremos a espada? Y uno de ellos hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Respondiendo Jesús, dijo: ¡Deteneos! Basta de esto. Y tocando la oreja al siervo, lo sanó. Entonces Jesús dijo a los principales sacerdotes, a los oficiales del templo y a los ancianos que habían venido contra Él: ¿Habéis salido con espadas y garrotes como contra un ladrón? Cuando estaba con vosotros cada día en el templo, no me echasteis mano; pero esta hora y el poder de las tinieblas son vuestros. Habiéndole arrestado, se lo llevaron y le condujeron a la casa del sumo sacerdote; mas Pedro le seguía de lejos. Después de encender ellos una hoguera en medio del patio, y de sentarse juntos, Pedro se sentó entre ellos. Y una sirvienta, al verlo sentado junto a la lumbre, fijándose en él detenidamente, dijo: También este estaba con Él. Pero él lo negó, diciendo: Mujer, yo no le conozco. Un poco después, otro al verlo, dijo: ¡Tú también eres uno de ellos! Pero Pedro dijo: ¡Hombre, no es cierto! Pasada como una hora, otro insistía, diciendo: Ciertamente este también estaba con Él, pues él también es galileo. Pero Pedro dijo: Hombre, yo no sé de qué hablas. Y al instante, estando él todavía hablando, cantó un gallo. Entonces el Señor se volvió y miró a Pedro. Y recordó Pedro la palabra del Señor, cómo le había dicho: Antes que el gallo cante hoy, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente.

S. Lucas 22:31-62 Nueva Traducción Viviente (NTV)

»Simón, Simón, Satanás ha pedido zarandear a cada uno de ustedes como si fueran trigo; pero yo he rogado en oración por ti, Simón, para que tu fe no falle, de modo que cuando te arrepientas y vuelvas a mí fortalezcas a tus hermanos». Pedro dijo: —Señor, estoy dispuesto a ir a prisión contigo y aun a morir contigo. Jesús le respondió: —Pedro, déjame decirte algo. Mañana por la mañana, antes de que cante el gallo, negarás tres veces que me conoces. Entonces Jesús les preguntó: —Cuando los envié a predicar la Buena Noticia y no tenían dinero ni bolso de viaje ni otro par de sandalias, ¿les faltó algo? —No —respondieron ellos. —Pero ahora —les dijo—, tomen su dinero y un bolso de viaje; y si no tienen espada, ¡vendan su manto y compren una! Pues ha llegado el tiempo en que se cumpla la siguiente profecía acerca de mí: “Fue contado entre los rebeldes”. Así es, todo lo que los profetas escribieron acerca de mí se cumplirá. —Mira Señor —le respondieron—, contamos con dos espadas entre nosotros. —Es suficiente —les dijo. Luego, acompañado por sus discípulos, Jesús salió del cuarto en el piso de arriba y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos. Allí les dijo: «Oren para que no cedan a la tentación». Se alejó a una distancia como de un tiro de piedra, se arrodilló y oró: «Padre, si quieres, te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía». Entonces apareció un ángel del cielo y lo fortaleció. Oró con más fervor, y estaba en tal agonía de espíritu que su sudor caía a tierra como grandes gotas de sangre. Finalmente se puso de pie y regresó adonde estaban sus discípulos, pero los encontró dormidos, exhaustos por la tristeza. «¿Por qué duermen? —les preguntó—. Levántense y oren para que no cedan ante la tentación». Mientras Jesús hablaba, se acercó una multitud, liderada por Judas, uno de los doce discípulos. Judas caminó hacia Jesús para saludarlo con un beso. Entonces Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del Hombre?». Cuando los otros discípulos vieron lo que estaba por suceder, exclamaron: «Señor, ¿peleamos? ¡Trajimos las espadas!». Y uno de ellos hirió al esclavo del sumo sacerdote cortándole la oreja derecha. Pero Jesús dijo: «Basta». Y tocó la oreja del hombre y lo sanó. Entonces Jesús habló a los principales sacerdotes, a los capitanes de la guardia del templo y a los ancianos, que habían venido a buscarlo. «¿Acaso soy un peligroso revolucionario, para que vengan con espadas y palos para arrestarme? —les preguntó—. ¿Por qué no me arrestaron en el templo? Estuve allí todos los días, pero este es el momento de ustedes, el tiempo en que reina el poder de la oscuridad». Entonces lo arrestaron y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote. Y Pedro los siguió de lejos. Los guardias encendieron una fogata en medio del patio y se sentaron alrededor, y Pedro se sumó al grupo. Una sirvienta lo vio a la luz de la fogata y comenzó a mirarlo fijamente. Por fin dijo: «Este hombre era uno de los seguidores de Jesús». Pero Pedro lo negó: «¡Mujer, ni siquiera lo conozco!». Después de un rato, alguien más lo vio y dijo: —Seguramente tú eres uno de ellos. —¡No, hombre, no lo soy! —contestó. Alrededor de una hora más tarde, otra persona insistió: «Seguro este es uno de ellos porque también es galileo». Pero Pedro dijo: «¡Hombre, no sé de qué hablas!». Inmediatamente, mientras aún hablaba, el gallo cantó. En ese momento, el Señor se volvió y miró a Pedro. De repente, las palabras del Señor pasaron rápidamente por la mente de Pedro: «Mañana por la mañana, antes de que cante el gallo, negarás tres veces que me conoces». Y Pedro salió del patio, llorando amargamente.