»Llegó el segundo empleado y dijo: “Señor, hice negocios con el dinero, y gané cinco veces más de lo que usted me dio.” El rey le dijo: “Tú serás gobernador de cinco ciudades.”
»Después llegó otro empleado y dijo: “Señor, yo sé que usted es un hombre muy exigente, que pide hasta lo imposible. Por eso me dio miedo, así que envolví el dinero en un pañuelo y lo guardé. Aquí se lo devuelvo todo.” El rey le respondió: “Eres un empleado malo. Tú mismo te has condenado con tus propias palabras. Si sabías que soy muy exigente, y que pido hasta lo imposible, ¿por qué no llevaste el dinero al banco? Así, cuando yo volviera, recibiría el dinero que te di, más los intereses.”
»El rey les ordenó a unos empleados que estaban allí: “Quítenle a este el dinero, y dénselo al que ganó diez veces más de lo que recibió.” Pero ellos le contestaron: “Señor, ¿por qué a él, si ya tiene diez veces más?”
»El rey les respondió: “Les aseguro que, al que tiene mucho, se le dará más; pero al que no tiene, hasta lo poquito que tiene se le quitará. En cuanto a mis enemigos, tráiganlos y mátenlos delante de mí, porque ellos no querían que yo fuera su rey.”»
Jesús terminó de hablar y siguió su camino hacia Jerusalén. Cuando llegó cerca de los pueblos de Betfagé y Betania, se detuvo junto al Monte de los Olivos. Allí les dijo a dos de sus discípulos: «Vayan al pueblo que está allá. Tan pronto entren, van a encontrar un burro atado. Nadie ha montado antes ese burro. Desátenlo y tráiganlo. Si alguien les pregunta por qué lo desatan, respondan: “El Señor lo necesita.”»
Los dos discípulos fueron al pueblo y encontraron el burro, tal como Jesús les había dicho. Cuando estaban desatándolo, los dueños preguntaron:
—¿Por qué desatan el burro?
Ellos contestaron:
—El Señor lo necesita.
Luego se llevaron el burro, pusieron sus mantos sobre él, y ayudaron a Jesús para que se montara.
Jesús se dirigió a Jerusalén, y muchas personas empezaron a extender sus mantos en el camino por donde él iba a pasar. Cuando llegaron cerca del Monte de los Olivos y empezaron a bajar a Jerusalén, todos los seguidores de Jesús se alegraron mucho. Todos gritaban y alababan a Dios por los milagros que Jesús había hecho, y que ellos habían visto. Decían:
«¡Bendito el rey
que viene en el nombre de Dios!
¡Que haya paz en el cielo!
¡Que todos reconozcan
el poder de Dios!»
Entre la gente había también unos fariseos, y le dijeron a Jesús:
—¡Maestro, reprende a tus discípulos!
Jesús les contestó