»El siguiente siervo informó: “Amo, invertí su dinero y multipliqué cinco veces el monto original”.
»“¡Bien hecho! —exclamó el rey—. Serás gobernador de cinco ciudades”.
»Pero el tercer siervo trajo solo la suma original y dijo: “Amo, escondí su dinero para protegerlo. Tenía miedo, porque usted es un hombre muy difícil de tratar, que toma lo que no es suyo y cosecha lo que no sembró”.
»“¡Siervo perverso! —dijo el rey a gritos—. Tus propias palabras te condenan. Si sabías que era un hombre duro que tomo lo que no es mío y cosecho lo que no sembré, ¿por qué no depositaste mi dinero en el banco? Al menos hubiera podido obtener algún interés de él”.
»Luego, dirigiéndose a los otros que estaban cerca, el rey ordenó: “Quiten el dinero de este siervo y dénselo al que tiene cinco kilos”.
»“Pero amo —le dijeron—, él ya tiene cinco kilos”.
»“Sí —respondió el rey—, y a los que usan bien lo que se les da, se les dará aún más; pero a los que no hacen nada se les quitará aun lo poco que tienen. En cuanto a esos enemigos míos que no querían que yo fuera su rey, tráiganlos y ejecútenlos aquí mismo en mi presencia”».
Después de contar esa historia, Jesús siguió rumbo a Jerusalén, caminando delante de sus discípulos. Al llegar a las ciudades de Betfagé y Betania, en el monte de los Olivos, mandó a dos discípulos que se adelantaran. «Vayan a la aldea que está allí —les dijo—. Al entrar, verán un burrito atado, que nadie ha montado jamás. Desátenlo y tráiganlo aquí. Si alguien les pregunta: “¿Por qué desatan al burrito?”, simplemente digan: “El Señor lo necesita”».
Así que ellos fueron y encontraron el burrito tal como lo había dicho Jesús. Y, efectivamente, mientras lo desataban, los dueños les preguntaron:
—¿Por qué desatan ese burrito?
Y los discípulos simplemente contestaron:
—El Señor lo necesita.
Entonces le llevaron el burrito a Jesús y pusieron sus prendas encima para que él lo montara.
A medida que Jesús avanzaba, la multitud tendía sus prendas sobre el camino delante de él. Cuando llegó a donde comienza la bajada del monte de los Olivos, todos sus seguidores empezaron a gritar y a cantar mientras alababan a Dios por todos los milagros maravillosos que habían visto.
«¡Bendiciones al Rey que viene en el nombre del SEÑOR!
¡Paz en el cielo y gloria en el cielo más alto!».
Algunos de los fariseos que estaban entre la multitud decían:
—¡Maestro, reprende a tus seguidores por decir cosas como esas!
Jesús les respondió:
—Si ellos se callaran, las piedras a lo largo del camino se pondrían a aclamar.