I ncitó al ejército enemigo a conquistar Jerusalén, y el enemigo gritó en su templo como si estuviera de fiesta. ¡Dios ha rechazado por completo su altar y su santuario! T odos los muros y las rampas son ahora un montón de escombros. Dios decidió derribar el muro que protegía a Jerusalén. Todo lo tenía planeado; ¡la destruyó sin compasión! ¡ A diós, maestros de la ley! ¡Adiós, profetas! ¡Dios ya no habla con nosotros! El rey y los capitanes andan perdidos entre las naciones. La ciudad quedó desprotegida, pues Dios derribó sus portones. D e luto están vestidos los ancianos de Jerusalén. En silencio se sientan en el suelo y se cubren de ceniza la cabeza. ¡Las jóvenes de Jerusalén bajan la cabeza llenas de vergüenza! E stoy muy triste y desanimado porque ha sido destruida mi ciudad. ¡Ya no me quedan lágrimas! ¡Siento que me muero! Por las calles de Jerusalén veo morir a los recién nacidos. T ímidamente claman los niños: «¡Mamá, tengo hambre!»; luego van cerrando los ojos y mueren en las calles, en brazos de su madre. I ncomparable eres tú, Jerusalén; ¿qué más te puedo decir? ¿Qué puedo hacer para consolarte, bella ciudad de Jerusalén? Tus heridas son muy profundas; ¿quién podría sanarlas? J amás te dijeron la verdad; los profetas te mintieron. Si no te hubieran engañado, ahora estarías a salvo. Pero te hicieron creer en mentiras y no señalaron tu maldad. «¿ E n dónde quedó la hermosura de la bella Jerusalén, la ciudad más alegre del mundo?» Eso preguntan al verte los que pasan por el camino, y se burlan de tu desgracia. R abiosos están tus enemigos, y no dejan de hablar mal de ti. Gritan en son de victoria: «¡Llegó el día que habíamos esperado! ¡Hemos acabado con Jerusalén, y hemos vivido para contarlo!» U na vez, años atrás, Dios juró que te destruiría, y ha cumplido su palabra: te destruyó sin compasión, y permitió que tus enemigos te vencieran y te humillaran. S í, bella Jerusalén, deja que tus habitantes se desahoguen ante Dios. Y tú, no dejes de llorar; ¡da rienda suelta a tu llanto de día y de noche! A lza la voz y ruega a Dios por la vida de tus niños, que por falta de comida caen muertos por las calles. Clama a Dios en las noches; cuéntale cómo te sientes. L as madres están por comerse a los hijos que tanto aman. Los sacerdotes y los profetas agonizan en tu templo. Piensa por favor, Dios mío, ¿a quién has tratado así? E n tu enojo les quitaste la vida a los jóvenes y a los ancianos. Mis muchachos y muchachas cayeron muertos por las calles bajo el golpe de la espada; ¡no les tuviste compasión! N adie quedó con vida el día que nos castigaste; fue como una gran fiesta para el ejército enemigo: murieron todos mis familiares, ¡nos atacaste por todos lados!
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