Yo, Habacuc, digo: Dios de Israel, tú eres un Dios santo; siempre has existido, y no nos dejarás morir porque eres nuestro refugio; sé que usarás a Babilonia solo para castigar a tu pueblo. Tú no soportas la maldad, ni aceptas el pecado. No te quedes callado ni permitas que los malvados maten a quienes somos buenos. Tú nos tratas como si fuéramos simples peces del mar; como si fuéramos reptiles, que no tienen quién los dirija. Por eso los babilonios nos atrapan fácilmente, como se atrapan los peces con el anzuelo o con la red. ¡Eso les encanta! Por eso los babilonios han hecho de sus armas un dios y les rinden culto. Gracias a ellas se han hecho muy ricos. ¡No permitas que los babilonios nos sigan matando sin compasión!
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