Habían pasado once años desde que llegamos presos a Babilonia. El día primero del mes de Siván, Dios me dijo: «Ezequiel, hombre mortal, diles de mi parte al rey de Egipto y a toda su gente: “¡Tu grandeza es incomparable! Pareces un cedro del Líbano, cubierto de abundantes ramas. ¡Con ellas tocas el cielo! La lluvia y el agua del suelo te han hecho crecer; los ríos que te rodean te riegan con sus corrientes, como a los árboles del bosque. ”Eres el árbol más alto; con ramas altas y abundantes, pues tienes agua en abundancia. A ti vienen todas las naciones en busca de protección; se parecen a los pájaros: hacen nidos en tus ramas; son como los animales salvajes: buscan la protección de tu sombra. ”¡Tu grandeza es impresionante! Eres como un árbol de grandes ramas y profundas raíces, regado con agua abundante. No hay en todo el paraíso un solo cedro igual a ti. Tampoco hay un solo pino con ramas como las tuyas, ni un castaño con tantas hojas. ¡No hay en todo el paraíso un solo árbol tan hermoso como tú! Todos los árboles de mi jardín te ven y sienten envidia, porque yo te hice muy hermoso y te di abundantes ramas.
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