»Pero yo soy el Dios de Israel, y les juro que nunca olvidaré sus malas acciones. Por causa de todo esto, la tierra misma temblará; subirá como el agua del río Nilo, y luego se hundirá por completo, haciendo llorar a sus habitantes. »Yo soy el Dios de Israel, y les aseguro que ese día el sol dejará de brillar; el mediodía se convertirá en noche, y toda la tierra quedará a oscuras. Convertiré sus fiestas en velorios, y sus canciones en tristes lamentos; todos ustedes andarán de luto y se raparán la cabeza; andarán tristes y llenos de amargura, como si hubiera muerto su único hijo. »Yo soy el Dios de Israel, y les aseguro que vienen días en que haré que sientan hambre; tendrán hambre, pero no de pan, tendrán sed, pero no de agua; ¡tendrán hambre de oír mi palabra! Andarán de este a oeste, y de norte a sur, con deseos de oír mi palabra, pero yo no les hablaré. »Cuando llegue ese día, aun las muchachas más sanas y los jóvenes más fuertes se desmayarán de sed. Además, caerán sin vida los que adoraban a los ídolos de Samaria, de Dan y de Beerseba. Juraban en nombre de esos dioses, creyendo que eran dioses vivos, por eso no volverán a levantarse.»
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