¿Por qué, oh Dios, nos has desechado para siempre? ¿Por qué se ha encendido tu furor contra las ovejas de tu prado? Acuérdate de tu congregación, la que adquiriste desde tiempos antiguos, La que redimiste para hacerla la tribu de tu herencia; Este monte de Sion, donde has habitado. Dirige tus pasos a los asolamientos eternos, A todo el mal que el enemigo ha hecho en el santuario. Tus enemigos vociferan en medio de tus asambleas; Han puesto sus divisas por señales. Se parecen a los que levantan El hacha en medio de tupido bosque. Y ahora con hachas y martillos Han quebrado todas sus entalladuras. Han puesto a fuego tu santuario, Han profanado el tabernáculo de tu nombre, echándolo a tierra. Dijeron en su corazón: Destruyámoslos de una vez; Han quemado todas las sinagogas de Dios en la tierra. No vemos ya nuestras señales; No hay más profeta, Ni entre nosotros hay quien sepa hasta cuándo. ¿Hasta cuándo, oh Dios, nos afrentará el angustiador? ¿Ha de blasfemar el enemigo perpetuamente tu nombre? ¿Por qué retraes tu mano? ¿Por qué escondes tu diestra en tu seno?
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