Dios nuestro, ¿por qué nos has desechado para siempre? ¿Por qué te has enojado contra las ovejas de tu prado? Acuérdate de tu congregación, la que adquiriste desde tiempos antiguos, la que rescataste para hacer de ella tu propio pueblo; acuérdate del monte Sión, donde has habitado. Ven a ver estas ruinas interminables: ¡mira cuánto daño ha hecho el enemigo en tu santuario! En medio de tus asambleas tus enemigos vociferan; han izado sus banderas en señal de victoria. Levantan sus hachas y hacen destrozos, como leñadores en medio de un tupido bosque. ¡Todos los tallados en madera los han hecho pedazos con sus hachas y martillos! ¡Le han prendido fuego a tu santuario! ¡Han profanado y derribado el tabernáculo a tu nombre! Se dijeron: «¡Destruyamos todo de una vez!», y quemaron todas las sinagogas de Dios en la tierra. ¡Ya no vemos nuestras banderas! ¡Ya no hay profetas entre nosotros, ni nadie que nos diga cuánto más tenemos que aguantar! Dios nuestro, ¿hasta cuándo nos afrentará el enemigo? ¿Hasta cuándo el enemigo ofenderá tu nombre? ¿Por qué te quedas cruzado de brazos? ¿Por qué escondes en el pecho tu diestra?
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