nos salvó, y no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo, nuestro Salvador, para que al ser justificados por su gracia viniéramos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna. Esta es palabra fiel, y en esto quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en las buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres. Pero evita las cuestiones necias, las genealogías, las contenciones y las discusiones acerca de la ley, porque son vanas y no son de provecho. Al que cause divisiones, deséchalo después de una y otra amonestación, pues sabrás que tal persona se ha pervertido, y peca y su propio juicio lo condena. Cuando te envíe a Artemas o a Tíquico, apresúrate a reunirte conmigo en Nicópolis, porque he decidido pasar allí el invierno. Apresúrate también a poner en camino a Zenas, el intérprete de la ley, y a Apolos, y ayúdalos para que nada les falte. Y que aprendan también los nuestros a ocuparse en las buenas obras para los casos de necesidad, para que no se queden sin dar fruto. Todos los que están conmigo te saludan. Saluda a los que nos aman en la fe. Que la gracia sea con todos ustedes. Amén.
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