y nos salvó. Pero no lo hizo porque nosotros hubiéramos hecho algo bueno, sino porque nos ama y quiso ayudarnos. Por medio del poder del Espíritu Santo nos salvó, nos purificó de todos nuestros pecados, y nos dio nueva vida. ¡Fue como si hubiéramos nacido de nuevo! Gracias a Jesucristo, nuestro salvador, Dios nos dio el Espíritu Santo. Por su gran amor, Dios nos aceptó y nos dio la seguridad de que tendremos la vida eterna tan esperada. Esto es verdad, y quiero que insistas en enseñarlo, para que los que confían en Dios se dediquen a hacer lo que es bueno. Estas cosas son buenas y ayudan a todos. Pero no te pongas a discutir acerca de tonterías, ni prestes atención a las leyendas que hablan de nuestros antepasados. No te enojes ni te pelees con nadie, solo por hablar de la ley de Moisés. Esas discusiones son inútiles y no conducen a nada. A los que siempre están peleando en la iglesia, llámales la atención una o dos veces. Si no te hacen caso, apártate de ellos. Puedes estar seguro de que esa gente ha dejado de creer en la verdadera enseñanza, y sus propios pecados demuestran que son culpables. Voy a mandarte a Artemas o a Tíquico. Tan pronto como llegue uno de ellos, haz todo lo posible por venir a visitarme en Nicópolis, porque allí pienso pasar el invierno. Ayuda en todo al abogado Zenas, y también a Apolo. Dales todo lo que necesiten para seguir su viaje, y cuida de que no les falte nada. Los nuestros deben aprender a hacer lo que es bueno, y ayudar a otros. Así vivirán como personas útiles. Todos los que están conmigo te envían saludos. Saluda a todos nuestros amigos de la iglesia. Deseo de todo corazón que el amor de Dios los acompañe siempre.
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