Cantemos con gozo a Dios, nuestra fortaleza;
aclamemos con júbilo al Dios de Jacob.
Entonemos cánticos, al son del pandero,
de la melodiosa arpa y del salterio.
Toquemos la trompeta en el novilunio,
en el día señalado para nuestra fiesta solemne.
Esto es un estatuto para Israel;
es una ordenanza del Dios de Jacob,
que la constituyó como testimonio para José
cuando salió contra la tierra de Egipto.
Oí un lenguaje que no pude entender:
«Liberé tu hombro de llevar pesada carga;
tus manos dejaron de cargar los cestos.
En tu angustia clamaste a mí, y yo te salvé;
desde el centro del trueno te respondí,
y junto a las aguas de Meriba te puse a prueba.
»Escúchame, pueblo mío, que quiero amonestarte.
¡Cómo quisiera yo, Israel, que me escucharas!
No debes tener ningún dios ajeno.
No debes inclinarte ante dioses extraños.
Yo soy el Señor, tu Dios;
yo te saqué de la tierra de Egipto.
Abre la boca, y yo te daré de comer.
»Pero tú, mi pueblo, no escuchaste mi voz;
tú, Israel, no quisiste obedecerme,
y por tu obstinación te abandoné
para que siguieras tus propios consejos.
¡Ay, pueblo mío! ¡Si me hubieras escuchado!
¡Ay, Israel! ¡Si hubieras seguido mis caminos!
¡En un instante habría derrotado a tus enemigos,
y habría descargado mi mano sobre tus adversarios!
Los que me aborrecen se me habrían sometido,
y yo, el Señor, pondría para siempre fin a sus días.
Pero a ti te alimentaría con lo mejor del trigo,
y apagaría tu sed con miel extraída de la peña.»