Su enojo dura solo un momento, pero su bondad dura toda la vida. Tal vez lloremos durante la noche, pero en la mañana saltaremos de alegría. En mi prosperidad llegué a pensar que nunca conocería la derrota. Y es que tú, Señor, con tu bondad, me mantenías firme como un baluarte. Pero me diste la espalda, y quedé aterrado. A ti, Señor, seguiré clamando, y jamás dejaré de suplicarte.
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