Junto a las aguas en Meriba irritaron al Señor, y por culpa de ellos le fue mal a Moisés, pues hicieron que su ánimo se exaltara, y que hablara con precipitación. No destruyeron a los pueblos que el Señor les ordenó destruir, sino que se mezclaron con ellos y asimilaron sus malas costumbres; rindieron culto a sus ídolos, y eso los llevó a la ruina; ofrecieron a sus hijos y a sus hijas en sacrificio a esos demonios, y así derramaron sangre inocente; sangre que fue ofrecida a los dioses de Canaán, sangre que dejó manchada la tierra. Esos hechos los hicieron impuros, pues actuaron como un pueblo infiel. El Señor se enfureció contra su pueblo, y sintió repugnancia por los que eran suyos. Los dejó caer en manos de los paganos, y fueron sometidos por quienes los odiaban. Sus enemigos los oprimieron; los sometieron bajo su poder. Muchas veces el Señor los libró, pero ellos optaron por ser rebeldes, y por su maldad fueron humillados. Al verlos Dios angustiados, y al escuchar su clamor, se acordaba de su pacto con ellos, y por su gran misericordia los volvía a perdonar y hacía que todos sus opresores les tuvieran compasión. Señor y Dios nuestro, ¡sálvanos! ¡Haz que regresemos de entre las naciones para que alabemos tu santo nombre, y alegres te cantemos alabanzas! ¡Bendito seas Señor, Dios de Israel, desde siempre y hasta siempre! Que todo el pueblo diga: «¡Amén!» ¡Aleluya!
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