Ellos despreciaron una tierra muy deseable, y no creyeron en las promesas de Dios. En sus tiendas hablaron mal del Señor, y se negaron a escuchar su voz. Entonces Dios levantó su mano contra ellos y juró que los haría morir en el desierto, que los humillaría ante las naciones y los dispersaría por todos los países. Pero el pueblo se sometió ante Baal Pegor, y participó de los sacrificios a un dios muerto. Esto les acarreó la ira de Dios, y una plaga mortal cayó sobre ellos. Pero Finés se interpuso y castigó al culpable, y entonces la plaga se detuvo. Dios tomó su acción como un acto de justicia, el cual permanece por siempre y para siempre. Junto a las aguas en Meriba irritaron al Señor, y por culpa de ellos le fue mal a Moisés, pues hicieron que su ánimo se exaltara, y que hablara con precipitación. No destruyeron a los pueblos que el Señor les ordenó destruir, sino que se mezclaron con ellos y asimilaron sus malas costumbres; rindieron culto a sus ídolos, y eso los llevó a la ruina; ofrecieron a sus hijos y a sus hijas en sacrificio a esos demonios, y así derramaron sangre inocente; sangre que fue ofrecida a los dioses de Canaán, sangre que dejó manchada la tierra. Esos hechos los hicieron impuros, pues actuaron como un pueblo infiel.
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