Pero muy pronto olvidaron tus obras; no esperaron a conocer tus consejos. Allí, en la soledad del desierto, se entregaron al desenfreno y te pusieron a prueba. Tú les diste lo que pidieron, pero les enviaste una enfermedad mortal. En el campamento, sintieron envidia de Moisés y de Aarón, a quien tú consagraste a tu servicio. La tierra se abrió, y se tragó a Datán, y sepultó a la pandilla de Abirán. El fuego se extendió entre ellos, y los impíos fueron consumidos por las llamas. En Horeb se hicieron un becerro de oro, y ante esa horrenda imagen se arrodillaron; ¡cambiaron la gloria de Dios por la imagen de un buey que come hierba! Se olvidaron del Dios que los salvó; se olvidaron de sus grandes proezas en Egipto, de las maravillas que hizo en tierra de Cam y de su paso asombroso por el Mar Rojo. Dios llegó a pensar en destruirlos, pero Moisés, su escogido, se interpuso e impidió que, en su indignación, los destruyera.
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