Nuestros días son como la hierba: florecemos como las flores del campo, pero pasa el viento sobre nosotros y desaparecemos, sin dejar ninguna huella. Pero el Señor es eternamente misericordioso; él les hace justicia a quienes le honran, y también a sus hijos y descendientes, a quienes cumplen con su pacto y no se olvidan de sus mandamientos, sino que los ponen en práctica.
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