»¿Acaso tú dotaste al caballo de su fuerza? ¿Cubriste acaso su cuello de ondulantes crines? ¿Puedes asustarlo, como si fuera una langosta? ¡Si un resoplido suyo asusta a cualquiera! Tan fuerte es que escarba el suelo con sus cascos, y así se apresta a entrar en combate. Nada le espanta, a nada le teme, ni se arredra ante la espada. Suenan a su lado las flechas en la aljaba, brillan las lanzas, chocan las jabalinas, pero él, impetuoso, escarba la tierra, sin que le asusten los toques de trompeta. Más bien, el sonido del clarín lo excita, y a la distancia percibe los olores del combate, el griterío y las órdenes de ataque.
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