Una voz decía: «¡Grita!» Y yo respondí: «¿Y qué debo de gritar?» «Grita que toda carne es como la hierba, y que su belleza es como la flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita, porque el viento del Señor sopla sobre ella. Y a decir verdad, el pueblo es como la hierba. Sí, la hierba se seca, y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre.» ¡Súbete a un monte alto, mensajera de Sión! ¡Levanta con fuerza tu voz, mensajera de Jerusalén! ¡Levántala sin miedo y di a las ciudades de Judá: «Vean aquí a su Dios»! ¡Miren! Dios el Señor viene con poder, y su brazo dominará. ¡Miren! Ya trae con él su recompensa; ya le precede el galardón. Cuidará de su rebaño como un pastor; en sus brazos, junto a su pecho, llevará a los corderos, y guiará con suavidad a las ovejas recién paridas. ¿Quién midió las aguas con el hueco de su mano? ¿Quién midió los cielos con la palma de su mano? ¿Quién con tres dedos juntó el polvo de la tierra, y pesó con balanza y pesas los montes y las colinas? ¿Quién instruyó al espíritu del Señor? ¿Quién le enseñó o le dio consejos?
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