Una voz dice: «Proclama». «¿Y qué voy a proclamar?», respondo yo. «Que todo mortal es como la hierba y toda su gloria como la flor del campo. La hierba se seca y la flor se marchita, porque el aliento del SEÑOR sopla sobre ellas. Sin duda, el pueblo es hierba. La hierba se seca y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre». Portadora de buenas noticias a Sión, súbete a una alta montaña. Portadora de buenas noticias a Jerusalén, alza con fuerza tu voz. Álzala, no temas; di a las ciudades de Judá: «¡Aquí está su Dios!». Miren, el SEÑOR y Dios llega con poder y con su brazo gobierna. Su galardón lo acompaña; su recompensa lo precede. Como un pastor que cuida su rebaño, recoge los corderos en sus brazos; los lleva junto a su pecho, y guía con cuidado a las recién paridas. ¿Quién ha medido las aguas con la palma de su mano y abarcado entre sus dedos la extensión de los cielos? ¿Quién metió en una medida el polvo de la tierra? ¿Quién pesó en una balanza las montañas y las colinas? ¿Quién puede medir el alcance del Espíritu del SEÑOR o quién puede servirle de consejero?
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