pero volvieron a caer, vuelvan también a ser renovados para arrepentimiento. ¡Eso sería volver a crucificar al Hijo de Dios para ellos mismos, y exponerlo a la vergüenza pública!
Cuando la tierra absorbe la lluvia que le cae con frecuencia, y produce plantas útiles para quienes la cultivan, recibe la bendición de Dios;
pero cuando produce espinos y abrojos, no vale nada; poco le falta para ser maldecida, y acaba por ser quemada.
Queridos hermanos, aunque hablamos así, con respecto a ustedes estamos convencidos de cosas mejores, que tienen que ver con la salvación.
Porque Dios es justo, y no olvidará el trabajo de ustedes y el amor que han mostrado hacia él mediante el servicio a los santos, como hasta ahora lo hacen.
Pero deseamos que cada uno de ustedes muestre el mismo entusiasmo hasta el fin, para la plena realización de su esperanza
y para que no se hagan perezosos, sino que sigan el ejemplo de quienes por medio de la fe y la paciencia heredan las promesas.
Cuando Dios hizo la promesa a Abrahán, juró por sí mismo, porque no había nadie superior a él por quien jurar,
y dijo: «Ciertamente te bendeciré con abundancia y multiplicaré tu descendencia».
Y Abrahán esperó con paciencia, y recibió lo que Dios le había prometido.
Cuando alguien jura, lo hace por alguien superior a sí mismo. De esa manera confirma lo que ha dicho y pone fin a toda discusión.
Por eso Dios, queriendo demostrar claramente a los herederos de la promesa que sus propósitos no cambian, les hizo un juramento,
para que por estas dos cosas que no cambian, y en las que Dios no puede mentir, tengamos un sólido consuelo los que buscamos refugio y nos aferramos a la esperanza que se nos ha propuesto.
Esta esperanza mantiene nuestra alma firme y segura, como un ancla, y penetra hasta detrás del velo,
donde Jesús, nuestro precursor, entró por nosotros y llegó a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.