Acudes al llamado de tu pueblo, y sales en ayuda de tu ungido. Abates la casa del jefe malvado, y lo dejas desnudo de pies a cabeza. Horadas con sus propios dardos la cabeza de sus guerreros, que arremeten contra mí para que huya, y gozan devorando al pobre que se esconde. Tú cabalgas en el mar con tus caballos, y haces que se agiten las muchas aguas. Al oírte, se estremecen mis entrañas; mis labios tiemblan al escuchar tu voz. El mal me cala hasta los huesos, y en mi interior todo se estremece, pero yo espero confiado el día de la angustia, el día en que será invadido el pueblo que ahora nos oprime. Aunque todavía no florece la higuera, ni hay uvas en los viñedos, ni hay tampoco aceitunas en los olivos, ni los campos han rendido sus cosechas; aunque no hay ovejas en los rediles ni vacas en los corrales, yo me alegro por ti, Señor; ¡me regocijo en ti, Dios de mi salvación! Tú, Señor, eres mi Dios y fortaleza. Tú, Señor, me das pies ligeros, como de cierva, y me haces andar en mis alturas.
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