Cuando el criado de Abrahán les oyó decir estas palabras, se inclinó hasta el suelo delante del Señor;
luego sacó el criado alhajas de oro y plata, y vestidos, y se los dio a Rebeca. También a su hermano y a su madre les dio cosas preciosas.
Luego él y los varones que venían con él comieron y bebieron, y allí pasaron la noche. Al día siguiente se levantaron, y el criado dijo:
«Envíenme a mi señor.»
Pero su hermano y su madre respondieron:
«Que se quede la joven con nosotros por lo menos unos diez días, y después de eso partirá.»
Pero él les dijo:
«Ya que el Señor ha prosperado mi camino, no me detengan más. Despídanme, y entonces volveré a mi señor.»
Entonces ellos respondieron:
«Llamemos a la joven, y preguntémosle a ella.»
Y llamaron a Rebeca, y le dijeron:
«¿Quieres irte con este varón?»
Y ella respondió:
«Sí, quiero irme con él.»
Y así, dejaron ir a su hermana Rebeca y a su nodriza, y también al criado de Abrahán y a sus hombres.
A Rebeca la bendijeron así:
«Hermana nuestra, que seas la madre de miles y miles, y que tus descendientes conquisten las ciudades de sus enemigos.»
Rebeca se levantó entonces, junto con sus doncellas, y montando en los camellos siguieron al criado, el cual tomó a Rebeca y se fue.
Isaac, que vivía en el Néguev, regresaba del pozo llamado «El que vive y me ve».
Era la hora de la tarde, e Isaac había salido al campo, para meditar. Pero al levantar los ojos, vio que se acercaban los camellos.
También Rebeca levantó los ojos, y vio a Isaac. Entonces se bajó del camello,
y le preguntó al criado:
«¿Quién es este varón que anda por el campo y viene a nuestro encuentro?»
Y el criado le respondió:
«Es mi señor.»
Entonces ella tomó el velo y se cubrió,
y el criado le contó a Isaac todo lo que había hecho.
Isaac tomó entonces a Rebeca por mujer, y la llevó a la tienda de Sara, su madre, y la amó. Así se consoló Isaac después de la muerte de su madre.