¡Abre tus puertas, Líbano, para que el fuego devore tus cedros! ¡Gime tú, ciprés, porque los cedros se han caído y los majestuosos árboles se han derrumbado! ¡Giman, encinas de Basán! ¡Los tupidos bosques han sido derribados! Escuchen el gemido de los pastores, porque sus ricos pastizales han sido destruidos. Escuchen el rugido de los leones, porque la espesura del Jordán ha quedado devastada. Así dice el SEÑOR mi Dios: «Cuida de las ovejas destinadas al matadero. Quienes las compran las matan impunemente y quienes las venden dicen: “¡Bendito sea el SEÑOR, porque me he enriquecido!”. Ni sus propios pastores se compadecen de ellas. Pero ya no tendré piedad de los que habitan este país —afirma el SEÑOR—, sino que los entregaré en manos de su prójimo y de su rey. Aunque devasten el país, no los rescataré de sus manos».
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