¡Ah, si fueras mi propio hermano, criado a los pechos de mi madre! Al encontrarte en la calle podría besarte y nadie me despreciaría. Tomándote de la mano, te llevaría a la casa de mi madre para que fueran mi maestro. Te daría a beber vino con especias y el néctar de mis granadas. ¡Ojalá pudiera mi cabeza reposar sobre su izquierda! ¡Ojalá su derecha me abrazara! Yo les ruego, doncellas de Jerusalén, que no desvelen ni molesten a mi amada hasta que ella quiera despertar.
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