Oigan esto, pueblos todos; escuchen, habitantes todos del mundo, tanto débiles como poderosos, lo mismo los ricos que los pobres. Mi boca hablará con sabiduría; la reflexión de mi corazón será muy inteligente. Inclinaré mi oído al proverbio; propondré mi enigma al son del arpa: ¿Por qué he de temer en tiempos de desgracia cuando me rodee la maldad de mis opresores? ¿Temeré a los que confían en sus riquezas y se jactan de sus muchas posesiones? Nadie puede salvar a nadie ni pagarle a Dios rescate por la vida. Tal rescate es muy costoso; ningún pago es suficiente para vivir por siempre sin ver la fosa. Nadie puede negar que todos mueren, que sabios e insensatos perecen por igual y que sus riquezas se dejan a otros. Aunque tuvieron tierras a su nombre, sus tumbas serán su hogar eterno, su morada por todas las generaciones. La gente rica no perdura; al igual que las bestias, perece. Tal es el destino de los que confían en sí mismos; y el de sus seguidores que aprueban lo que ellos dicen. Selah
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