La palabra del SEÑOR vino a mí y me dijo: «Hijo de hombre, mira hacia Jerusalén; clama contra sus santuarios, profetiza contra la tierra de Israel, anúnciale que así dice el SEÑOR: “Yo estoy contra ti. Desenvainaré mi espada y mataré a justos y a malvados por igual. Puesto que he de exterminar de ti tanto al justo como al malvado, mi espada saldrá contra todos, desde el sur hasta el norte. Así todos sabrán que yo, el SEÑOR, he desenvainado la espada y no volveré a envainarla”. »Y tú, hijo de hombre, con el corazón quebrantado y delante de ellos, llora con amargura. Y, cuando te pregunten por qué lloras así, diles que es por la noticia de lo que va a suceder. Esta noticia hará que todos los corazones desfallezcan y todas las manos caigan; que todos los ánimos decaigan y todas las rodillas tiemblen. ¡Ya está por llegar! ¡Ya es una realidad! Yo, el SEÑOR y Dios, lo afirmo». La palabra del SEÑOR vino a mí y me dijo: «Hijo de hombre, profetiza y proclama que así dice el Señor: »“¡La espada, la espada, afilada y pulida! Afilada para masacrar y pulida para fulgurar. »”¿Hemos de alegrarnos cuando el cetro de mi hijo menosprecia toda vara? »”La espada está lista para ser pulida y ser empuñada; afilada y pulida para las manos del asesino. ¡Grita y gime, hijo de hombre, que la espada se perfila contra mi pueblo y contra todos los príncipes de Israel! Han sido arrojados contra la espada, lo mismo que mi pueblo. Por tanto, ¡golpéate el pecho! »”¡La prueba viene! ¿Y qué, si el bastón de autoridad deja de ser? El SEÑOR y Dios afirma.
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