al cual subió Moisés para encontrarse con Dios. Y desde allí lo llamó el SEÑOR y le dijo: «Anúnciale esto al pueblo de Jacob; declárale esto al pueblo de Israel: “Ustedes son testigos de lo que hice con Egipto y de que los he traído hacia mí como sobre alas de águilas. Si ahora ustedes me son del todo obedientes y cumplen mi pacto, serán mi propiedad exclusiva entre todas las naciones. Aunque toda la tierra me pertenece, ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”.
»Comunícales todo esto al pueblo de Israel».
Moisés volvió y convocó a los jefes del pueblo para exponerles todas estas palabras que el SEÑOR había ordenado comunicarles, y todo el pueblo respondió a una sola voz: «Cumpliremos con todo lo que el SEÑOR nos ha ordenado».
Así que Moisés llevó al SEÑOR la respuesta del pueblo y el SEÑOR dijo:
—Voy a presentarme ante ti en medio de una densa nube, para que el pueblo me oiga hablar contigo y también tenga siempre confianza en ti.
Moisés refirió al SEÑOR lo que el pueblo le había dicho y el SEÑOR dijo:
—Ve y consagra al pueblo hoy y mañana. Diles que laven sus ropas y que se preparen para el tercer día, porque en ese mismo día yo, el SEÑOR, descenderé sobre el monte Sinaí, a la vista de todo el pueblo. Pon límites alrededor del monte para que el pueblo no pase. Diles que no suban al monte, y que ni siquiera pongan un pie en él, pues cualquiera que lo toque será condenado a muerte. Sea hombre o animal, no quedará con vida. Quien se atreva a tocarlo, morirá a pedradas o a flechazos. Solo podrán subir al monte cuando se oiga el toque largo de la trompeta de cuerno de carnero.
En cuanto Moisés bajó del monte, consagró al pueblo; ellos, por su parte, lavaron sus ropas. Luego Moisés les dijo: «Prepárense para el tercer día y absténganse de relaciones sexuales».
En la madrugada del tercer día hubo truenos y relámpagos, y una densa nube se posó sobre el monte. Un toque muy fuerte de trompeta puso a temblar a todos los que estaban en el campamento. Entonces Moisés sacó del campamento al pueblo para que fuera a su encuentro con Dios, y ellos se detuvieron al pie del monte Sinaí. El monte estaba cubierto de humo, porque el SEÑOR había descendido sobre él en medio de fuego. Era tanto el humo que salía del monte, que parecía un horno; todo el monte se sacudía violentamente, y el sonido de la trompeta era cada vez más fuerte. Entonces habló Moisés y Dios le respondió en el trueno.
El SEÑOR descendió a la cumbre del monte Sinaí y desde allí llamó a Moisés para que subiera. Cuando Moisés llegó a la cumbre, el SEÑOR dijo:
—Baja y advierte al pueblo que no intenten romper el cerco para verme, no sea que muchos de ellos pierdan la vida. Hasta los sacerdotes que se acercan a mí deben consagrarse; de lo contrario, yo arremeteré contra ellos.
Moisés dijo al SEÑOR:
—El pueblo no puede subir al monte Sinaí, pues tú mismo nos has advertido: “Pon límites alrededor del monte y conságralo”.
El SEÑOR respondió:
—Baja y dile a Aarón que suba contigo. Pero ni los sacerdotes ni el pueblo deben romper el cerco, pues de lo contrario, yo arremeteré contra ellos.
Moisés bajó y repitió eso mismo al pueblo.