Obedecimos al SEÑOR nuestro Dios y salimos de Horeb rumbo a la región montañosa de los amorreos. Cruzamos todo aquel inmenso y terrible desierto que ustedes han visto, y así llegamos a Cades Barnea. Entonces les dije: «Han llegado a la región montañosa de los amorreos, la cual el SEÑOR nuestro Dios nos da. Miren, el SEÑOR su Dios les ha entregado la tierra. Suban y tomen posesión de ella como les dijo el SEÑOR, el Dios de sus antepasados. No tengan miedo ni se desanimen».
Pero todos ustedes vinieron a decirme: «Enviemos antes algunos de los nuestros para que exploren la tierra y nos traigan un informe de la ruta que debemos seguir y de las ciudades en las que podremos entrar».
Su propuesta me pareció buena, así que escogí a doce de ustedes, uno por cada tribu. Los doce salieron en dirección a la región montañosa; llegaron al valle de Escol y lo exploraron. Tomaron consigo algunos de los frutos de la tierra, los trajeron y nos informaron lo buena que es la tierra que nos da el SEÑOR nuestro Dios.
SEÑOR
Sin embargo, ustedes se negaron a subir y se rebelaron contra la orden del SEÑOR su Dios. Se pusieron a murmurar en sus tiendas de campaña y dijeron: «El SEÑOR nos aborrece; nos hizo salir de Egipto para entregarnos a los amorreos y destruirnos. ¿A dónde iremos? Nuestros hermanos nos han llenado de miedo, pues nos informan que la gente de allá es más fuerte y más alta que nosotros, y que las ciudades son grandes y tienen muros que llegan hasta el cielo. ¡Para colmo, nos dicen que allí vieron anaquitas!».
Entonces respondí: «No se asusten ni les tengan miedo. El SEÑOR su Dios marcha al frente y peleará por ustedes, como vieron que lo hizo en Egipto y en el desierto. Por todo el camino que han recorrido, hasta llegar a este lugar, ustedes han visto cómo el SEÑOR su Dios los ha guiado, como lo hace un padre con su hijo».
A pesar de eso, ninguno de ustedes confió en el SEÑOR su Dios, que se adelantaba a ustedes para buscarles dónde acampar. De noche lo hacía con fuego, para que vieran el camino a seguir, y de día los acompañaba con una nube.
Cuando el SEÑOR oyó lo que ustedes dijeron, se enojó e hizo este juramento: «Ni un solo hombre de esta generación perversa verá la buena tierra que juré dar a sus antepasados. Solo la verá Caleb, hijo de Jefone. A él y a sus descendientes daré la tierra que han tocado sus pies, porque fue fiel al SEÑOR».
Por causa de ustedes el SEÑOR se enojó también conmigo y me dijo: «Tampoco tú entrarás en esa tierra. Quien sí entrará es tu asistente Josué, hijo de Nun. Infúndele ánimo, pues él hará que Israel posea la tierra. En cuanto a sus hijos pequeños, que todavía no saben distinguir entre el bien y el mal, y de quienes ustedes pensaron que servirían de botín, ellos sí entrarán en la tierra y la poseerán, porque yo se la he dado. Y ahora, ¡regresen al desierto! Sigan la ruta del mar Rojo».
Ustedes me respondieron: «Hemos pecado contra el SEÑOR. Pero iremos y pelearemos, como el SEÑOR nuestro Dios nos lo ha ordenado». Así que cada uno de ustedes se equipó para la guerra, pensando que era fácil subir a la región montañosa.
Pero el SEÑOR me dijo: «Diles que no suban ni peleen, porque yo no estaré con ellos. Si insisten, los derrotarán sus enemigos».
Yo les di la información, pero ustedes no obedecieron. Se rebelaron contra la orden del SEÑOR y temerariamente subieron a la región montañosa. Los amorreos que vivían en aquellas montañas salieron a su encuentro, los persiguieron como abejas desde Seír hasta Jormá y los vencieron por completo. Entonces ustedes regresaron y lloraron ante el SEÑOR, pero él no prestó atención a su lamento ni les hizo caso. Por eso ustedes tuvieron que permanecer en Cades tanto tiempo.