Entonces pasaron para ofrecer sacrificios y holocaustos. Ahora bien, Jehú había apostado una guardia de ochenta soldados a la entrada con esta advertencia: «Ustedes me responden por estos hombres. El que deje escapar a uno solo de ellos, lo pagará con su vida». Así que, tan pronto como terminó de ofrecer el holocausto, Jehú ordenó a los guardias y oficiales: «¡Entren y mátenlos! ¡Que no escape nadie!». Y los mataron a filo de espada y los echaron fuera. Luego los guardias y los oficiales entraron en el santuario del templo de Baal, sacaron la piedra sagrada que estaba allí, y la quemaron. Además de tumbar la piedra sagrada, derribaron el templo de Baal y lo convirtieron en un muladar. Así ha quedado hasta el día de hoy.
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