Pues no vivimos para nosotros mismos ni morimos para nosotros mismos. Si vivimos, es para honrar al Señor, y si morimos, es para honrar al Señor. Entonces, tanto si vivimos como si morimos, pertenecemos al Señor. Cristo murió y resucitó con este propósito: ser Señor de los vivos y de los muertos. ¿Por qué, entonces, juzgas a otro creyente? ¿Por qué menosprecias a otro creyente? Recuerda que todos estaremos delante del tribunal de Dios. Pues dicen las Escrituras: «Tan cierto como que yo vivo —dice el SEÑOR—, toda rodilla se doblará ante mí, y toda lengua declarará lealtad a Dios». Es cierto, cada uno de nosotros tendrá que responder por sí mismo ante Dios.
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