Los comerciantes del mundo llorarán y se lamentarán por ella, porque ya no queda nadie que les compre sus mercaderías. Ella compró grandes cantidades de oro, plata, joyas y perlas; lino de la más alta calidad, púrpura, seda y tela de color escarlata; objetos hechos con la fragante madera de alerce, artículos de marfil y objetos hechos con madera costosa; y bronce, hierro y mármol. También compró canela, especias, especias aromáticas, mirra, incienso, vino, aceite de oliva, harina refinada, trigo, ganado, ovejas, caballos, carretas y cuerpos, es decir, esclavos humanos.
«De las delicias que tanto amabas,
ya no queda nada —claman los comerciantes—.
Todos tus lujos y el esplendor
se han ido para siempre
y ya nunca volverán a ser tuyos».
Los comerciantes que se enriquecieron vendiéndole esas cosas, se mantendrán a distancia, aterrados por el gran tormento de ella. Llorarán y clamarán:
«¡Qué terrible, qué terrible para esa gran ciudad!
¡Ella se vestía de púrpura de la más alta calidad y lino escarlata,
adornada con oro, piedras preciosas y perlas!
¡En un solo instante,
toda la riqueza de la ciudad se esfumó!».
Y todos los capitanes de los barcos mercantes y los pasajeros, los marineros y las tripulaciones se mantendrán a distancia. Todos clamarán cuando vean subir el humo y dirán: «¿Dónde habrá una ciudad de tanta grandeza como esta?». Y llorarán y echarán tierra sobre su cabeza para mostrar su dolor y clamarán:
«¡Qué terrible, qué terrible para esa gran ciudad!
Los dueños de barcos se hicieron ricos
transportando por los mares la gran riqueza de ella.
En un solo instante, se esfumó todo».
¡Oh cielo, alégrate del destino de ella,
y también ustedes pueblo de Dios, apóstoles y profetas!
Pues al fin Dios la ha juzgado
por amor a ustedes.
Luego un ángel poderoso levantó una roca inmensa del tamaño de una gran piedra de molino, la lanzó al mar y gritó:
«Así es como la gran ciudad de Babilonia
será derribada con violencia
y nunca más se encontrará.
Nunca más se oirá en ti
el sonido de las arpas, los cantantes, las flautas y las trompetas.
No se encontrarán en ti
ni artesanos ni comercio,
ni se volverá a oír
el sonido del molino.
Nunca más brillará en ti
la luz de una lámpara
ni se oirán las felices voces
de los novios y las novias.
Pues tus comerciantes eran los grandes del mundo,
y tú engañaste a las naciones con tus hechicerías.
La sangre de los profetas y del pueblo santo de Dios corrió en tus calles,
junto con la sangre de gente masacrada por todo el mundo».