Oh Dios, ¿por qué nos has rechazado tanto tiempo? ¿Por qué es tan intensa tu ira contra las ovejas de tu propia manada? Recuerda que somos el pueblo que elegiste hace tanto tiempo, ¡la tribu a la cual redimiste como tu posesión más preciada! Y acuérdate de Jerusalén, tu hogar aquí en la tierra. Camina por las espantosas ruinas de la ciudad; mira cómo el enemigo ha destruido tu santuario. Allí tus enemigos dieron gritos victoriosos de guerra; allí levantaron sus estandartes de batalla. Blandieron sus hachas como leñadores en el bosque. Con hachas y picos, destrozaron los paneles tallados. Redujeron tu santuario a cenizas; profanaron el lugar que lleva tu nombre. Luego pensaron: «¡Destruyamos todo!». Entonces quemaron por completo todos los lugares de adoración a Dios. Ya no vemos tus señales milagrosas; ya no hay más profetas, y nadie puede decirnos cuándo acabará todo esto. ¿Hasta cuándo, oh Dios, dejarás que tus enemigos te insulten? ¿Permitirás que deshonren tu nombre para siempre? ¿Por qué contienes tu fuerte brazo derecho? Descarga tu poderoso puño y destrúyelos.
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