El pueblo se negó a entrar en la agradable tierra,
porque no creían la promesa de que Dios los iba a cuidar.
En cambio, rezongaron en sus carpas
y se negaron a obedecer al SEÑOR.
Por lo tanto, él juró solemnemente
que los mataría en el desierto,
que dispersaría a sus descendientes entre las naciones,
y los enviaría a tierras distantes.
Después nuestros antepasados se unieron para rendir culto a Baal en Peor;
¡hasta comieron sacrificios ofrecidos a los muertos!
Con todo eso provocaron el enojo del SEÑOR,
entonces se desató una plaga en medio de ellos.
Pero Finees tuvo el valor de intervenir
y la plaga se detuvo.
Por eso, desde entonces,
se le considera un hombre justo.
También en Meriba, provocaron el enojo del SEÑOR,
y le causaron serios problemas a Moisés.
Hicieron que Moisés se enojara
y hablara como un necio.
Israel no destruyó a las naciones que había en la tierra,
como el SEÑOR le había ordenado.
En cambio, los israelitas se mezclaron con los paganos
y adoptaron sus malas costumbres.
Rindieron culto a sus ídolos,
y eso resultó en su ruina.
Hasta sacrificaron a sus propios hijos
e hijas a los demonios.
Derramaron sangre inocente,
la sangre de sus hijos e hijas.
Al sacrificarlos a los ídolos de Canaán,
contaminaron la tierra con asesinatos.
Se contaminaron a sí mismos con sus malas acciones,
y su amor a los ídolos fue adulterio a los ojos del SEÑOR.
Por eso, el enojo del SEÑOR se encendió contra su pueblo,
y él aborreció a su posesión más preciada.
Los entregó a las naciones paganas
y quedaron bajo el gobierno de quienes los odiaban.
Sus enemigos los aplastaron
y los sometieron a su cruel poder.
Él los rescató una y otra vez,
pero ellos decidieron rebelarse en su contra,
y finalmente su pecado los destruyó.
Aun así, él sintió compasión por la angustia de ellos
y escuchó sus clamores.
Recordó el pacto que les había hecho
y desistió a causa de su amor inagotable.
Hasta hizo que sus captores
los trataran con amabilidad.
¡Oh SEÑOR nuestro Dios, sálvanos!
Vuelve a reunirnos de entre las naciones,
para que podamos agradecer a tu santo nombre,
alegrarnos y alabarte.
Alaben al SEÑOR, Dios de Israel,
quien vive desde siempre y para siempre.
Que todo el pueblo diga: «¡Amén!».