Después de que la oruga devoró las cosechas, ¡el pulgón acabó con lo que quedaba! Luego vino el saltamontes y llegó también la langosta. ¡Despiértense, borrachos, y lloren! ¡Giman, bebedores de vino! Todas las uvas están arruinadas y se acabó el vino dulce. Un inmenso ejército de langostas ha invadido mi tierra, un ejército terrible, imposible de contar. Sus dientes son como los del león y sus colmillos se parecen a los de la leona. Destruyó mis vides y arruinó mis higueras; les arrancó la corteza y la destruyó, dejando sus ramas blancas y desnudas. Lloren como una recién casada vestida de luto, quien llora la muerte de su esposo. Pues no hay grano ni vino para ofrecer en el templo del SEÑOR. Por eso los sacerdotes están de luto; los ministros del SEÑOR están llorando. Los campos están arruinados, la tierra quedó desnuda. El grano está destruido, las uvas se secaron y se acabó el aceite de oliva. ¡Laméntense, ustedes, agricultores! ¡Giman, ustedes que cultivan vides! Lloren porque el trigo y la cebada —todos los cultivos del campo— están arruinados. Se secaron las vides y se marchitaron las higueras. Los granados, las palmeras y los manzanos —todos los árboles frutales— se secaron. Y la alegría de la gente se marchitó con ellos. Ustedes sacerdotes, ¡vístanse de tela áspera y lloren! ¡Giman, ustedes, los que sirven ante el altar! Vengan, pasen la noche vestidos de tela áspera, ustedes, ministros de mi Dios. Pues no hay grano ni vino para ofrecer en el templo de su Dios.
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