¿Llevaría yo a esta nación al punto de nacer para después no dejar que naciera? —pregunta el SEÑOR—. ¡No! Nunca impediría que naciera esta nación», dice su Dios. «¡Alégrense con Jerusalén! Gócense con ella, todos ustedes que la aman y ustedes que se lamentan por ella. Beban abundantemente de su gloria, como bebe un pequeño hasta saciarse de los pechos consoladores de su madre». Esto dice el SEÑOR: «Yo le daré a Jerusalén un río de paz y de prosperidad. Las riquezas de las naciones fluirán hacia ella. Sus hijos se alimentarán de sus pechos; serán llevados en sus brazos y sostenidos en sus piernas. Los consolaré allí, en Jerusalén, como una madre consuela a su hijo». Cuando vean estas cosas, su corazón se alegrará. Florecerán como la hierba. Todos verán la mano de bendición del SEÑOR sobre sus siervos, y su ira contra sus enemigos.
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