La seriedad del perdónMuestra

¿Por qué perdonar?

Como cristianos, a veces nos preguntamos por qué el Señor espera que perdonemos tan libre, generosa, constante y repetidamente. Jesús ilustra la razón de ser de esta expectativa y por qué tiene un perfecto sentido en el Evangelio.

Jesús cuenta la historia de un gran rey y un siervo culpable. El siervo ocupa un alto cargo, es responsable de recaudar los impuestos en nombre del rey. Sin embargo, cuando llega el momento de rendir cuentas, se descubre que el siervo ha sido infiel, pues ha gastado en sí mismo y en su familia el dinero destinado al rey. Como resultado, el siervo tiene una enorme deuda con el rey que le resulta imposible pagar. La deuda es tan enorme que harían falta más de once años de impuestos recaudados en cuatro provincias para igualar la cantidad adeudada.

Esta parábola muestra una verdad fundamental sobre nuestra vida espiritual. Al igual que el siervo tenía una deuda incalculable e impagable con el rey, nosotros también tenemos una deuda que no podemos pagar. Nuestros pecados nos han separado de Dios, y ninguna buena acción o superación personal puede corregir esa distancia. Dependemos enteramente de la gracia y la misericordia del Señor para que perdone nuestros pecados y restablezca nuestra relación con Él.

Como receptores de la asombrosa gracia de Dios, debemos reconocer que el perdón que hemos recibido es un don que estamos llamados a extender a los demás. Cuando consideramos la magnitud de nuestra propia deuda y la gracia que se nos ha concedido, queda claro por qué el Señor espera que perdonemos tan fácilmente. Perdonar a los demás refleja la gracia del Evangelio que ha transformado nuestras vidas.

Considera el perdón que has recibido del Señor. Reconoce la inmensidad de la deuda que tienes y la increíble gracia que se te ha concedido. Con esta comprensión, desafíate a ser más indulgente con los demás, reconociendo que tu capacidad de perdonar es un testimonio del poder del Evangelio en tu vida.

Esta parábola del gran rey y el siervo culpable nos enseña por qué se espera de nosotros, los cristianos, que perdonemos. Como receptores de la inmerecida misericordia de Dios, estamos llamados a extender esa misma gracia a los demás, perdonándoles libre, generosa, constante y repetidamente. Asumamos esta responsabilidad y dejemos que el poder del Evangelio brille en nuestras vidas al extender el perdón a quienes nos rodean.