La Fe De HebreosMuestra

Fe de resurrección

“Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir” (Hebreos 11:17-19 RVR 1960).

Imagina a Abraham, el hombre de fe, llamado a sacrificar a su hijo Isaac, su promesa de descendencia. ¿Cómo puede alguien enfrentar una prueba tan desgarradora con fe inquebrantable? Es porque Abraham creía en un Dios que trasciende lo imaginable, un Dios que puede obrar maravillas incluso en los momentos más oscuros.

Abraham no vaciló cuando Dios le pidió lo impensable. ¿Por qué? Porque creía en el poder y la fidelidad de Dios. Creía que incluso si sacrificaba a Isaac, Dios podría traerlo de vuelta a la vida para cumplir sus promesas. Esta es una fe que desafía las leyes de la lógica y se aferra a la esperanza más allá de toda esperanza.

¿Y qué hay de nosotros? ¿Estamos dispuestos a confiar en Dios cuando las circunstancias parecen imposibles? ¿Estamos dispuestos a sacrificar lo más preciado en obediencia a Su llamado? La historia de Abraham nos desafía a profundizar nuestra fe, a creer en un Dios que puede hacer lo imposible posible.

Así como Abraham, confiemos en el poder y la fidelidad de Dios en todas las circunstancias de la vida. Recordemos que nuestra fe no se basa en lo que vemos, sino en el carácter mismo de Dios, quien es digno de toda nuestra confianza y adoración.

El sacrificio de Isaac prefigura la muerte y resurrección de Jesucristo. Nos recuerda que Dios proveerá el cordero en el momento adecuado. Esta es la esencia misma de nuestra fe: confiar en un Dios que puede transformar lo que parece ser el final en un nuevo comienzo, la muerte en vida.

Oremos juntos: Amado Dios, anhelamos tener una fe como la de Abraham, que nos permita confiar plenamente en tu poder y fidelidad en medio de las pruebas. Ayúdanos para que podamos obedecerte en todo momento, reconociendo que tú eres nuestro refugio y fortaleza. En el nombre de Jesús, amén.