Día 18

De todos los profetas, Isaías es al que se le menciona más en el Nuevo Testamento. El apostol Juan menciona que Isaías “vio su gloria, y habló acerca de él.”.

¡Imagina eso! ¡Isaías vio a Jesús sentado en Su trono celestial más de 700 años antes de nacer! En ese momento lleno de asombro, se dio cuenta claramente que él, uno de los profetas más grandes que haya existido, simplemente no estaba a la altura.

Cuando vio a Jesús, Isaías gritó, “¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros”. Isaías estaba recordando y lamentando cosas que había dicho y hecho que no se acercaban en absoluto a la santidad de Dios.

Y aún así, ¡Nuestro misericordioso Dios no dejó a Isaías sin esperanza! Dios inmediatamente envió un mensaje a Isaías, recordándole que su culpa había sido quitada y su pecado expiado.

Al igual que Isaías, a veces podemos sentirnos así, arruinados, con los labios sucios, simplemente porque es verdad. Recordamos esa sensación de hundimiento cuando hemos dicho palabras de las que desearíamos poder retractarnos, asustados de que algo tan hiriente pudiera salir de nuestra boca. Recordamos cuando la vida de alguien podría haber sido restaurada si tan sólo nos hubiéramos atrevido a hablar, pero en lugar de ello vacilamos.

La Biblia dice que ninguno de nosotros somos buenos; sin un Salvador, no tendríamos ni una pierna para apoyarnos ante Dios. Como Isaías, recordamos y lamentamos las cosas malas que hicimos. Desearíamos poder retroceder el reloj y elegir un camino diferente, pero simplemente no podemos. Y algunos recuerdos que nos causan arrepentimiento quizá ni siquiera sean nuestra culpa, pero llevamos el dolor de esos recuerdos, haciéndonos sentir indignos e impuros.

Qué poderosa promesa de esperanza tenemos entonces, cuando reconocemos que somos justificados por la sangre que derramó Jesús por nosotros. Como Isaías, nuestra culpa ha sido quitada, y nuestro pecado ha sido expiado.

La verdad es que Dios te ama. Es por eso que Jesús vino, y es por esa razón que celebramos Su nacimiento. Emanuel. Dios con nosotros.

Paso de Acción: Tómate un momento para dar gracias a Dios de que tu pasado no es más poderoso que el amor y la gracia de Dios. Elige perdonar a cualquiera que te haga daño, e invita a Dios para que reemplace cualquier mentira que hayas creído sobre ti mismo con la verdad de que Él siempre te ama y que siempre está contigo. Dale gracias a Jesús porque te hizo digno y justo ante nuestro bondadoso Padre.