María dice que sí

Gabriel vino a María con un mensaje de Dios: “¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo”. María entendió las implicaciones de este saludo y es precisamente por eso que la inquietó. Esto es lo que Dios les había dicho a los jueces y profetas del Antiguo Testamento, ninguno de los cuales ella imaginaba ser. 

¿Qué salutación sería esta?, fue su respuesta alarmada.  Si nos ponemos en esta situación, lo más probable es que también estuviéramos “muy turbados”. Dudo que la aparición de un ángel genere una respuesta normal por parte de alguien. La esfera de ángeles con declaraciones proféticas no es algo que nos proporcione “calma ni tranquilidad”. 

A María le prometieron un hijo, algo que no es inusual ni inesperado. La mayoría de las jóvenes judías se casaban y tenían hijos. Pero la mayoría de ellas tenían una pareja con quien tener hijos, y aún hoy es así. Pero este niño no sería un niño cualquiera, sino el “Hijo del Altísimo”, el descendiente prometido del rey David, que gobernaría para siempre. ¿Qué debió haber pensado María? 

Ella respondió: “¿Cómo será esto, pues no conozco varón?”. El ángel le había dicho a María algo tan inaudito que implicaba mucha soledad (quién le creería), que su pregunta no era una falta de fe o confianza. 

El Espíritu Santo la cubriría con su sombra, y el Verbo eterno del Padre se haría carne en el vientre de María. 

Su respuesta: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra”. Qué confianza, qué obediencia demostró María. Y qué costo enfrentaría en su obediencia a Dios. 

¿Hasta dónde llega nuestra obediencia? Recibir la palabra de Dios no siempre es una cuestión de conveniencia personal. Pero qué maravilloso resultado para quienes dicen que sí, qué grandiosa participación en lo divino. Como María, llevamos la semilla de la palabra redentora de Dios cuando la duda, nuestra reticencia, se convierte en nuestro sí.